La profunda fascinación de Saariaho por el teatro noh japonés es la base de esta
ópera bimembre compuesta por Always
Strong y Feather Mantle, dos
historias de corte legendario en las que las dimensiones física y espiritual se interrelacionan,
donde la luz y la sombra desempeñan un papel nuclear en sus desarrollos y los
estados emocionales se hallan en continua evolución y tensión dramática. Y es ahí donde el juego en los movimientos que el director de escena Peter Sellars destina a los dos únicos personajes protagonistas (tanto en huidizas como íntimas conexiones físicas casi reivindicativas de la homosexualidad), unido a la
sobriedad de la pintura escenográfica de Julie
Mehretu, se complementan idóneamente
con la música evanescente de Saariaho, definida por tímbricas y sonoridades exóticas
que en su sutil transparencia ambientan más que describen en sus infinitas
expansiones toda la simbología que aparece en escena, defendida con vigor y
entrega por los dos sensacionales cantantes, a los que se une el baile de la
japonesa Nora Kimball-Mentzos en la
segunda mitad, porque la danza y la gestualidad determina en gran medida la
razón de ser del espectáculo, en esa simbiosis entre artes que Saariaho demanda
y que Sellars ha comprendido, conformando un todo en el que cada una de las partes
funciona como un perfecto engranaje.
El tapiz sonoro, esa entidad orgánica en completa evolución de la música expansiva
y reverberante de la finlandesa sirve para que, a la manera de coro griego, el
cuarteto Theatre of voices (soprano, alto, tenor y bajo), consustancial al
teatro noh, subraye, matice, susurre o impreque las evoluciones de los
personajes en el escenario, con el recurso a mágicos efectos de eco en algunas
de las incorpóreas personificaciones canoras de Jaroussky, con profusión de agudos en ambas partes. En ese
intimismo que la partitura exige, sobresaliente ha sido la labor del Meta 4 Quartet, junto a la variopinta y deliciosa percusión tocada intachablemente por Heikki Parviainen, además del kantele, el instrumento de cuerda tradicional finés, de Eija Kankaanranta, y las líneas ondulantes y sinuosas de la flauta
de Camilla Hoitenga. En la función asistida, ante la ausencia de Ivor Bolton,
la dirección musical fue encomendada a Francesc
Prat, cuya meticulosa y concentrada prestación contribuyó a crear una onírica
sensación de irrealidad e intemporalidad, la misma que Saariaho en una de sus más
imaginativas creaciones. Una lástima que gran parte de los espectadores abandonen la sala en el intermedio, incapaces de comprender las para muchos inaccesibles cualidades de la ópera de la compositora finlandesa.
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