Cual ritual anual, mi vocación periodístico-musical me lleva a levantarme la mañana del 1 de enero para presenciar el Concierto de Año Nuevo de Viena. La verdad es que la tradición de ver el concierto más televisado del mundo a través de la ORF (a unos 100 países) está suponiendo un mero trámite carente de expectación al constatar que en los últimos años este evento en sí mismo ha perdido bastante del interés que suscitaba hace décadas.
No hay que negar que siempre es grato y placentero predisponerse cada primero de año para la escucha de un rosario de piezas bailables de la familia Strauss y sus contemporáneos, algunos de los cuales se descubren gracias a esta cita anual, ejecutados por la orquesta más prestigiosa y afamada del mundo entero, que acomete este repertorio con la facilidad con la que se respira, algo que por otro lado no han conseguido hacer ciertos directores que han sido invitados a dirigir este concierto y que han sido orillados fulminantemente, como fue el caso del venezolano Gustavo Dudamel, por citar un solo ejemplo, cuya única participación pasó sin pena ni gloria.