viernes, 4 de marzo de 2016

El Sorozábal más amargo en el Teatro de la Zarzuela: más vale tarde que nunca

La deuda ha sido saldada. El Teatro de la Zarzuela de Madrid se ha reconciliado por fin con Juan José, la obra lírica que el donostiarra Pablo Sorozábal consideraba como su mejor partitura escénica, dejando atrás la época en vida del autor en la que, según cuentan los más viejos del lugar, al parecer el compositor vasco se despidió airado con la partitura bajo el brazo de los empresarios que a finales de la década de los setenta regían el coliseo de la calle Jovellanos, al haberse producido por entonces una serie de fuertes desencuentros y desavenencias con respecto al que iba a ser la inminente première de la obra. Ahora, en 2016, el estreno absoluto de la versión escénica de Juan José, drama lírico popular sobre la obra homónima de Joaquín Dicenta, se ha culminado satisfactoriamente, tras el ya un tanto lejano estreno mundial de la partitura en versión de concierto en el Auditorio Kursaal de San Sebastián el 21 de febrero del año 2009.



La obra más querida y apreciada de su autor, al igual que la ópera chica con texto del propio Sorozábal y del ilustre literato de la Generación del 98, Pío Baroja, Adiós a la bohemia, tiene mucho de ésta en cuanto a reflejo realista de las situaciones amargas de la vida cotidiana en toda su crudeza; en el caso de Juan José: la pobreza, la carestía, el hambre, la marginación social, los celos, la violencia doméstica, el maltrato físico o la explotación laboral, asuntos turbios y escabrosos todos ellos, y enormemente actuales, mostrados desde un punto de vista descarnado, tal y como exigía el naturalismo de denuncia social de la obra original. Sorozábal, como republicano convencido y denunciante comprometido de las desigualdades sociales, se identificaba plenamente con el ominoso asunto de la pieza literaria de Dicenta.

Y es en el lenguaje musical empleado en la obra en donde el músico vasco alcanza un desarrollo que difiere sustancialmente del accesible carácter y tratamiento de sus zarzuelas de éxito por las que todos le recordamos y alabamos como genial compositor de la última etapa del género lírico español. Juan José deja de lado las efervescentes vanguardias de su época en el arte de los sonidos y sigue su propio estilo. Tiene mucho de verismo, aunque suena poco a Puccini y bebe sobriamente de Wagner y Strauss en la densidad cromática y sobre todo en el uso del leitmotiv, pero sin desarrollarlo, reduciéndolo a motivos recurrentes de no demasiado dificultosa identificación. Ofrece un tratamiento de las voces que oscila entre recitados declamatorios o lo que podríamos denominar como ariosos de estilo libre, junto a arrebatos melódicos, algunos de ellos de gran lirismo, que le acercan al regusto propio de sus zarzuelas madrileñas (aunque hasta en las armonizaciones musicales más académicas se adivina la fuerte impronta de Sorozábal), caso de la escena de la coplilla fuera de escena entonada por Paco y el dúo a ritmo de chotis de éste con Rosa, ambos en el acto primero, número éste último que se nutre sutilmente en el acompañamiento del baile castizo madrileño por antonomasia, pero que va interrumpiendo su curso bailable según las exigencias del texto.

También atraviesan la obra aquí y allá episódicos tiempos de pasodoble (entrada de Isidra en el primer acto) o de habanera, como el aria de Andrés del segundo acto, que desde un punto de vista misógino y machista dirige a las mujeres. Asimismo, es apreciable que la partitura debe su influencia española más directa a autores como Albéniz o Falla, dentro de ese afán por la institución de una ópera española con mayúsculas que les sobrevino en alguna parte de su vida a los grandes músicos líricos de nuestro país, aunque en este caso, salvando las distancias con Chapí, Bretón o Vives, la voluntad compositiva obedezca más a criterios estrictamente personales y de identificación ideológica (recordemos la descripción o etiqueta dada por su autor a la obra, de “drama lírico popular”, aplicándose ésta no a un criterio folclórico, sino a un orden de clase social, y concretamente, proletaria u obrera).

Una característica define especialmente a este exponente tardío de ópera española, y es el fuerte dramatismo. Sólo cabe escuchar el desafío y la imprecación de Juan José a Paco, su patrón y rival en amores, con que concluye de forma abrupta pero efectiva el primer acto, o el extenso dúo de fuertes contrastes entre Juan José y Rosa con que culmina el segundo para darse cuenta de que nos encontramos ante una partitura de altos vuelos que canaliza toda la sapiencia musical de su autor para conseguir el mayor efecto dramático de las situaciones teatrales reflejadas. Aun así, Juan José, como producto musical inédito, virgen, diferente a todo lo que su autor había compuesto hasta ese momento para la escena lírica de su tiempo, fruto del lenguaje musical empleado y de la crudísima trama argumental, no es capaz de alcanzar la conexión con el público que ya poseen por mérito propio sus taquilleras zarzuelas grandes.

En base a todo ello, el Teatro de la Zarzuela ha conseguido, aunque, todo hay que decirlo, demasiado tarde en el tiempo, una más que digna realización escénica de la obra, debida a un gran especialista, que conoce muy bien los recovecos de este tipo de género teatral, como es el veterano regista José Carlos Plaza, quien en esta producción sin intervalos ha reducido los elementos al mínimo en una concepción minimalista donde el clima opresivo y marginal de la pobreza extrema respira por todos los poros del escenario, con el apoyo de la funcional escenografía e iluminación de Paco Leal que incluye murales en el escenario con pinturas sobrias y antropomórficas de Enrique Marty, y el realista vestuario de Pedro Moreno.

El elenco vocal se erige sobre valores sólidos, en su mayoría españoles, no podría ser de otra manera, que defienden ampliamente la partitura, por otro lado bastante exigente a nivel dramático, como la voz robusta y potente que nunca tiembla ni desfallece del barítono Ángel Ódena, que reflejó espléndidamente a nivel escénico el carácter desesperado y por otro lado tremebundo del ingrato papel titular en cuanto a su carácter primitivo y el aristado reflejo musical; la soprano Carmen Solís como Rosa, que afronta con gallardía y fácil resolución una parte plagada de ascensos agudos de gran influencia verista; el barítono Rubén Amoretti, que como Andrés, compañero de fatigas de Juan José, regala una caracterización memorable en voz y actuación; el tenor Antonio Gandía, como el maestro de obras de Paco, insulso, altanero y con una bellísima voz de un metal eminentemente lírico capaz de encandilar a cualquier dama casquivana; la soprano Milagros Martín como Isidra, que en un nuevo papel de mujer madura, en este caso, alcahueta y celestina, malmete a la protagonista femenina para que consiga el amor impuro de Paco, y que la cantante redondea escénicamente aportando un registro grave de gran calado y rotundidad que engrandece al burdo personaje; y por último, la soprano Silvia Vázquez, que como Toñuela, compadece con resignación los apuros y fatigas de su amiga Rosa y de ella misma, recreándolo vocalmente con un instrumento más suave que el de Rosa pero que compite en dramatismo y ductilidad al enfrentarse a la nutrida y en ocasiones estruendosa orquesta de Sorozábal, por otro lado, enormemente colorista en su paleta. Como secundarios, es de destacar la notable aportación del bajo de voz muy profunda Ivo Stanchev como Cano, compañero de presidio de Juan José en el tercer acto, y las de dos tenores con tablas más que demostradas en los escenarios, Ricardo Muñiz como un tabernero y Lorenzo Moncloa como un presidiario.

La batuta certera de Miguel Ángel Gómez Martínez supo captar al frente de la Orquesta de la Comunidad de Madrid lo agridulce que atraviesa de principio a fin la partitura del músico vasco, y los contrastes entre lo amargo y descarnado de la música, entre lo amable y danzable (en otras palabras, lo más zarzuelístico) y entre lo sarcástico y mordaz (una constante del donostiarra, la mordacidad, presente en gran parte de su obra lírica, fruto quizá de su completa asimilación de la música soviética, especialmente de Shostakovich), los cuales se aunaron en un equilibrio más que satisfactorio.

Aunque hoy, más vale tarde que nunca, se ha puesto finalmente en escena Juan José en España, y en el teatro en que debió estrenarse hace casi cuarenta años, esperamos que para volver a ver en los escenarios líricos españoles la obra más estimada de su autor no tengan que pasar otras tantas décadas. Así lo deseamos.



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