La deuda ha sido saldada. El
Teatro de la Zarzuela de Madrid se ha reconciliado por fin con Juan José, la obra lírica que el
donostiarra Pablo Sorozábal
consideraba como su mejor partitura escénica, dejando atrás la época en vida
del autor en la que, según cuentan los más viejos del lugar, al parecer el compositor
vasco se despidió airado con la partitura bajo el brazo de los empresarios que a
finales de la década de los setenta regían el coliseo de la calle Jovellanos, al haberse
producido por entonces una serie de fuertes desencuentros y desavenencias con respecto al que iba a
ser la inminente première de la obra. Ahora, en 2016, el estreno absoluto de la
versión escénica de Juan José, drama lírico
popular sobre la obra homónima de Joaquín Dicenta, se ha culminado
satisfactoriamente, tras el ya un tanto lejano estreno mundial de la partitura
en versión de concierto en el Auditorio Kursaal de San Sebastián el 21 de
febrero del año 2009.
La obra más querida y apreciada de su autor, al igual que la ópera chica con texto del propio Sorozábal y del ilustre literato de la Generación del 98, Pío Baroja, Adiós a la bohemia, tiene mucho de ésta en cuanto a reflejo realista de las situaciones amargas de la vida cotidiana en toda su crudeza; en el caso de Juan José: la pobreza, la carestía, el hambre, la marginación social, los celos, la violencia doméstica, el maltrato físico o la explotación laboral, asuntos turbios y escabrosos todos ellos, y enormemente actuales, mostrados desde un punto de vista descarnado, tal y como exigía el naturalismo de denuncia social de la obra original. Sorozábal, como republicano convencido y denunciante comprometido de las desigualdades sociales, se identificaba plenamente con el ominoso asunto de la pieza literaria de Dicenta.
Y es en el lenguaje musical empleado en la obra en donde el músico vasco alcanza un desarrollo que difiere sustancialmente del accesible carácter y tratamiento de sus zarzuelas de éxito por las que todos le recordamos y alabamos como genial compositor de la última etapa del género lírico español. Juan José deja de lado las efervescentes vanguardias de su época en el arte de los sonidos y sigue su propio estilo. Tiene mucho de verismo, aunque suena poco a Puccini y bebe sobriamente de Wagner y Strauss en la densidad cromática y sobre todo en el uso del leitmotiv, pero sin desarrollarlo, reduciéndolo a motivos recurrentes de no demasiado dificultosa identificación. Ofrece un tratamiento de las voces que oscila entre recitados declamatorios o lo que podríamos denominar como ariosos de estilo libre, junto a arrebatos melódicos, algunos de ellos de gran lirismo, que le acercan al regusto propio de sus zarzuelas madrileñas (aunque hasta en las armonizaciones musicales más académicas se adivina la fuerte impronta de Sorozábal), caso de la escena de la coplilla fuera de escena entonada por Paco y el dúo a ritmo de chotis de éste con Rosa, ambos en el acto primero, número éste último que se nutre sutilmente en el acompañamiento del baile castizo madrileño por antonomasia, pero que va interrumpiendo su curso bailable según las exigencias del texto.
También atraviesan
la obra aquí y allá episódicos tiempos de pasodoble (entrada de Isidra en el
primer acto) o de habanera, como el aria de Andrés del segundo acto, que desde
un punto de vista misógino y machista dirige a las mujeres. Asimismo, es
apreciable que la partitura debe su influencia española más directa a autores como
Albéniz o Falla, dentro de ese afán por la institución de una ópera española
con mayúsculas que les sobrevino en alguna parte de su vida a los grandes músicos
líricos de nuestro país, aunque en este caso, salvando las distancias con
Chapí, Bretón o Vives, la voluntad compositiva obedezca más a criterios
estrictamente personales y de identificación ideológica (recordemos la descripción
o etiqueta dada por su autor a la obra, de “drama lírico popular”, aplicándose ésta
no a un criterio folclórico, sino a un orden de clase social, y concretamente, proletaria
u obrera).
Una característica define especialmente a este exponente tardío
de ópera española, y es el fuerte dramatismo. Sólo cabe escuchar el desafío y la imprecación de
Juan José a Paco, su patrón y rival en amores, con que concluye de forma abrupta
pero efectiva el primer acto, o el extenso dúo de fuertes contrastes entre Juan
José y Rosa con que culmina el segundo para darse cuenta de que nos encontramos
ante una partitura de altos vuelos que canaliza toda la sapiencia musical de su
autor para conseguir el mayor efecto dramático de las situaciones teatrales
reflejadas. Aun así, Juan José, como
producto musical inédito, virgen, diferente a todo lo que su autor había
compuesto hasta ese momento para la escena lírica de su tiempo, fruto del
lenguaje musical empleado y de la crudísima trama argumental, no es capaz de
alcanzar la conexión con el público que ya poseen por mérito propio sus
taquilleras zarzuelas grandes.
En base a todo ello, el Teatro de la Zarzuela ha conseguido,
aunque, todo hay que decirlo, demasiado tarde en el tiempo, una más que digna
realización escénica de la obra, debida a un gran especialista, que conoce muy
bien los recovecos de este tipo de género teatral, como es el veterano regista José Carlos Plaza, quien en esta producción sin intervalos ha reducido
los elementos al mínimo en una concepción minimalista donde el clima opresivo y marginal de la pobreza extrema respira por todos los poros del escenario, con el apoyo
de la funcional escenografía e iluminación de Paco Leal que incluye murales en el escenario con pinturas
sobrias y antropomórficas de Enrique
Marty, y el realista vestuario de Pedro
Moreno.
El elenco vocal se erige sobre valores sólidos, en su
mayoría españoles, no podría ser de otra manera, que defienden ampliamente la
partitura, por otro lado bastante exigente a nivel dramático, como la voz
robusta y potente que nunca tiembla ni desfallece del barítono Ángel Ódena, que reflejó
espléndidamente a nivel escénico el carácter desesperado y por otro lado
tremebundo del ingrato papel titular en cuanto a su carácter primitivo y el
aristado reflejo musical; la soprano Carmen
Solís como Rosa, que afronta con gallardía y fácil resolución una parte
plagada de ascensos agudos de gran influencia verista; el barítono Rubén Amoretti, que como Andrés,
compañero de fatigas de Juan José, regala una caracterización memorable en voz
y actuación; el tenor Antonio Gandía,
como el maestro de obras de Paco, insulso, altanero y con una bellísima voz de un
metal eminentemente lírico capaz de encandilar a cualquier dama casquivana; la
soprano Milagros Martín como Isidra, que en un
nuevo papel de mujer madura, en este caso, alcahueta y celestina, malmete a la
protagonista femenina para que consiga el amor impuro de Paco, y que la
cantante redondea escénicamente aportando un registro grave de gran calado y
rotundidad que engrandece al burdo personaje; y por último, la soprano Silvia Vázquez, que como Toñuela,
compadece con resignación los apuros y fatigas de su amiga Rosa y de ella misma, recreándolo vocalmente con un instrumento más suave que el de Rosa pero que compite en dramatismo y ductilidad al enfrentarse a la nutrida y en ocasiones estruendosa orquesta de Sorozábal, por otro lado, enormemente colorista en su paleta. Como secundarios, es de destacar la notable aportación del bajo de voz muy
profunda Ivo Stanchev como Cano,
compañero de presidio de Juan José en el tercer acto, y las de dos tenores con
tablas más que demostradas en los escenarios, Ricardo Muñiz como un tabernero y Lorenzo Moncloa como un presidiario.
Aunque hoy, más vale tarde que nunca, se ha puesto finalmente en escena Juan José en España, y en el teatro en que debió estrenarse hace casi cuarenta años, esperamos que para volver a ver en los escenarios líricos españoles la obra más estimada de su autor no tengan que pasar otras tantas décadas. Así lo deseamos.
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