Como decimos, en un nuevo intento por actualizar el original
y acercarlo a la sociedad de nuestros días, por ser en gran parte su reflejo, Carsen
diseña una dramaturgia que realmente le funciona, porque tiene su propia
lógica, pero que en su cúmulo de matices contemporáneos vuelve a desvirtuar una
vez más la esencia misma del drama wagneriano, mitológico por antonomasia. Las
otrora excelsas Hijas del Rin se han reconvertido en tres degradadas y harapientas jóvenes que custodian el oro en un páramo cochambroso en el que la sociedad vierte residuos, los gigantes Fasolt y Fafner son
obreros que mediante grúas y pilas de hormigón se han esforzado en construir la
propiedad inmobiliaria de un grupo de burgueses que encabeza el dios supremo, Wotan,
que aquí es un militar en horas bajas con múltiples medallitas que pierde pompa
al carecer de condición divina, como todos sus compañeros. Donner ha cambiado
su martillo por un palo de golf. Las manzanas de Freia se alojan en un maletín
del que los burgueses se sirven ávidamente. Loge es un astuto y elegante negociador
que aparece montado en bicicleta en el momento más oportuno, que es la exigencia
de pago por parte del lumpenproletariado por haber erigido este neoValhalla.
Al margen de la escena, este proyecto cuenta (y contará en
los próximos tres años) con la participación de Pablo Heras-Casado, reconvertido en el segundo director del coliseo
lírico madrileño, para acometer la dirección musical del más ambicioso de los
dramas wagnerianos. Este Das Rheingold ha
supuesto su prueba de fuego no en Wagner, pues ya dirigió aquí El holandés errante, sino en la
Tetralogía, pero su planteamiento musical no ha sido todo lo satisfactorio de
lo que podría preverse. Dirigir Wagner no es nada fácil, y para ello se
necesita inmersionar profundamente en una música sinfónica que va narrando y
vehiculando de principio a fin (dos horas y media en el caso de este prólogo)
todo lo que acontece en escena. Y se ha echado quizá de menos en ocasiones un
mayor hermanamiento, una comunión indisociable entre foso y voces. Bien es
cierto que la estimable batuta de Heras-Casado consiguió momentos muy acertados
en el diseño del crescendo inicial,
con su suma continua de instrumentos, y en los inquietantes y siempre efectivos
interludios orquestales del Niebelheim, apoyándose en una sólida y compacta Orquesta Titular del Teatro Real que responde
con toda su potencia sonora, materializado en los vigorosos metales, en lo que
se constata la importancia que ha querido conferir el director granadino al componente
acústico.
El reparto vocal ha realizado un esfuerzo considerable, pese
a las desiguales aportaciones. El Wotan del bajo Greer Grimsley, de canto escasamente matizado, acusa cierto esfuerzo pese a mantener el tipo
durante toda la función, siendo más evidente el carácter esforzado de su
prestación en la tesitura más aguda. El tenor Joseph Kaiser compone un muy digno Loge, contrapunto ideal y muy
musical a la seriedad del drama, manifestando su actitud de independencia
respecto a sus colegas. Simplemente correctos el Froh de David Butt Philip y el Donner de Raimund Nolte, carente de solemnidad éste último en su momento
previo a la entrada de los dioses en el Valhalla. Extraordinario resulta el
Fasolt de Albert Pesendorfer,
rotundo en volumen y presencia escénica, que competía en graves con su
compañero y posterior asesino por la codicia del anillo, Alexander Tsymbaliuk. Uno de los grandes triunfadores de la noche
es sin duda el sensacional bajo coreano Samuel
Youn, cuyo Alberich impresiona por su carácter siniestro y profundamente
desgarrador, diseccionando el texto, y el Mime del español Mikeldi Atxalandabaso es magnífico por su sentido de la teatralidad
y su medido histrionismo. Las mujeres quedan un tanto eclipsadas ante tanta
presencia masculina, pese a que la Fricka de la mezzosoprano Sarah Connolly intenta imponerse en su
sufriente autoridad; Sophie Bevan enternece
como una acosada Freia, y la aparición estelar de la contralto Ronnita
Miller como la diosa Erda tiene ese carácter ultraterrenal entre la
amonestación y la advertencia. Por fin, las tres hijas del Rin, Isabella Gaudí,
María Miró y Claudia Huckle, cumplen con no más que corrección sus cometidos. A la espera estamos ya de la primera jornada del Anillo, La
valquiria, y toda la componenda ecológico-burguesa del señor Carsen.
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