Así lo sabe el público tradicional, que espera ansioso la
ambientación original en el Japón de principios de siglo XX. Aun así, sin dejar de ser fieles a la obra, a veces es inevitable una pequeña dosis de experimentación
escénica, como ha sido el caso de esta puesta en escena en el Teatro Auditorio de San Lorenzo de El
Escorial en Madrid dentro de su Festival de Verano, una sala de conciertos
de estupenda acústica que sólo se aprovecha, lamentablemente, por las fechas
estivales. Porque se ha podido presenciar en su escenario la interesante producción
del Palau de Les Arts de Valencia
firmada por Emilio López en la que
el regista traslada la acción a la Segunda Guerra Mundial, y en los dos últimos actos los sitúa en un momento muy
concreto, el lanzamiento de la bomba nuclear por la aviación estadounidense sobre
las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki en 1945, lo que precipitó el
final de la contienda en el único frente en que aún se libraban combates, que
era, precisamente el asiático, con un Japón aún resistente como miembro de un
Eje que en Europa ya estaba completamente sometido a los Aliados.
En el apartado vocal, el atractivo indiscutible de esta producción
ha sido la soprano Ainhoa Arteta en
el papel titular, que también lo lleva a la Quincena Musical de San Sebastián. La
soprano donostiarra está en lo más granado de su carrera, en la que incorpora roles de
un peso vocal de lírico-spinto. Teníamos muchas ganas de ver el acercamiento que realizaba
de la geisha japonesa, un papel que ya ha debutado con éxito en el Liceo de
Barcelona a principios de año. Fue la suya una muy interesante Cio Cio San, que
iba ganando en enteros conforme avanzaba la representación, hasta hacerse completamente
con las riendas de su riquísimo personaje. La vasca demostró ser gran artista sobre el escenario y supo salir airosa de las dificultades del extenso rol titular. Si bien en el acto primero la vimos salir a escena con la voz levemente destemplada y con exceso de vibrato (y algo constreñida por las
limitaciones que la dirección de actores le imponía), pronto su instrumento fue
mostrando el cálido centro y los reflejos tornasolados que le caracterizan,
brindando un dúo final de gran vigor dramático cuya coda instrumental final
tras el clímax vocal fue abortada por los aplausos, demostrándose una vez más
lo poco disciplinado que es cierto público en nuestro país. Pero Arteta destinó
sus mejores bazas para el acto central y el tercero, que es donde supo extraer toda, dándolo todo, la carnaza
dramática de su personaje. Delineó un bello Un
bel dì vedremo y ya al final, estuvo muy entregada en la escena de su suicidio, Con onor muore. Se percibió cierta falta de fiato en algunas frases y regaló otras donde colocó filados y pianissimos de un altísimo nivel.
A su lado, el Pinkerton del tenor Marcelo Puente destacó por su buen fraseo en legato y su línea de
canto plena de elegancia, aunque los agudos se emitieran un punto forzados. En todo caso,
pese a no ser una voz de timbre sumamente hermoso, puso intención en todos sus
momentos de exaltación amorosa, incluyendo un “Addio, fiorito asil” de bello
lustre. El barítono Gabriel Bermúdez
fue un eficiente Sharpless que no pasó de la corrección, el volumen vocal no es
muy extenso y su caracterización no posee un elevado nivel de elocuencia, pero abundó
en el buen decir de su personaje. La mezzo Cristina Faus,
más acostumbrados a verla en papeles zarzuelísticos, dio vida aquí a una
magnífica Suzuki, de canto noble y entregado. El resto del reparto cumplió notablemente sus cometidos: el Goro del tenor Francisco Vas, el Bonzo del bajo Fernando Latorre, el doble papel de
Comisario Imperial y Príncipe Yamadori del tenor Isaac Galán, y el sensual registro grave que ofrece la mezzo Ana Cristina Marco en las breves frases
de Kate Pinkerton. Nos ha sorprendido el buen nivel percibido en el Coro Verum liderado por el tenor Javier Carmena, y sobre todo en el proveniente
desde el foso, de la Orquesta Sinfónica Verum
a las órdenes del eficiente maestro Giuseppe Finzi,
que, sin ser brillante, extrajo bastante colorido y pulso dramático a la partitura pucciniana, una garantía
para conseguir que esta velada fuera una más que digna sesión de ópera italiana.
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