jueves, 1 de agosto de 2019

Butterfly en la era nuclear

Está fuera de toda duda que Madama Butterfly de Giacomo Puccini es una de las obras más taquilleras de todo el repertorio operístico. Por ello, las programaciones de los grandes teatros vuelven una y otra vez a esta tragedia japonesa donde el compositor de Lucca retrata a la perfección los sentimientos humanos, logrando penetrar más que en ninguna otra de sus óperas en la psicología de los personajes. Quizá es la ópera más sentimental y palpitante de toda su producción. Mientras La bohème es encanto y dulzura poética y Tosca visceralidad en estado puro, Madama Butterfly es humanidad y emoción a flor de piel.


Así lo sabe el público tradicional, que espera ansioso la ambientación original en el Japón de principios de siglo XX. Aun así, sin dejar de ser fieles a la obra, a veces es inevitable una pequeña dosis de experimentación escénica, como ha sido el caso de esta puesta en escena en el Teatro Auditorio de San Lorenzo de El Escorial en Madrid dentro de su Festival de Verano, una sala de conciertos de estupenda acústica que sólo se aprovecha, lamentablemente, por las fechas estivales. Porque se ha podido presenciar en su escenario la interesante producción del Palau de Les Arts de Valencia firmada por Emilio López en la que el regista traslada la acción a la Segunda Guerra Mundial, y en los dos últimos actos los sitúa en un momento muy concreto, el lanzamiento de la bomba nuclear por la aviación estadounidense sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki en 1945, lo que precipitó el final de la contienda en el único frente en que aún se libraban combates, que era, precisamente el asiático, con un Japón aún resistente como miembro de un Eje que en Europa ya estaba completamente sometido a los Aliados.

Así, y por medio de apoyo audiovisual, vemos sobre la pantalla imágenes del bombardeo nuclear al inicio del acto segundo, tras lo cual se nos presenta un panorama desolador: las estancias de la casa de Butterfly destruidas casi en su integridad –pese a todo, una “casa americana”, recordemos que dice la propia geisha-, y una ajada bandera estadounidense, lo que contrasta radicalmente con la luminosidad, abundancia de flores y clima festivo -a excepción de la tumultuosa entrada del zio Bonzo- que en el realista acto primero reinaban en ese mismo hogar cercano a Nagasaki. No hay que negar que la propuesta posee una fuerza visual, máxime cuando pasamos del acto segundo al tercero, al levantarse el telón invisible que ha estado cubriendo la escena durante toda la espera ansiosa de Cio Cio San, y que el delicioso gorjeo de los pájaros hace que vuelva a aclararse el escenario por medio de tonalidades rojizas como símbolo del amanecer. Aun así, se estima superfluo ese excesivo uso de la imagen audiovisual durante todo el intermezzo, ya que no aporta nada en absoluto a la música maravillosa de Puccini que amalgama algunos de los principales leitmotivs de la ópera, pues se visionan las imágenes de Butterfly y Pinkerton en poses amorosas que parecen sacadas de una telenovela. Asimismo, la inesperada inversión final de la ópera en relación al momento del hara kiri de la protagonista y la aparición del teniente americano podría parecer controvertida para ciertos sectores del público, aunque éste lo recibe con total aceptación. En todo caso, por inesperado, produce el efecto deseado.

En el apartado vocal, el atractivo indiscutible de esta producción ha sido la soprano Ainhoa Arteta en el papel titular, que también lo lleva a la Quincena Musical de San Sebastián. La soprano donostiarra está en lo más granado de su carrera, en la que incorpora roles de un peso vocal de lírico-spinto. Teníamos muchas ganas de ver el acercamiento que realizaba de la geisha japonesa, un papel que ya ha debutado con éxito en el Liceo de Barcelona a principios de año. Fue la suya una muy interesante Cio Cio San, que iba ganando en enteros conforme avanzaba la representación, hasta hacerse completamente con las riendas de su riquísimo personaje. La vasca demostró ser gran artista sobre el escenario y supo salir airosa de las dificultades del extenso rol titular. Si bien en el acto primero la vimos salir a escena con la voz levemente destemplada y con exceso de vibrato (y algo constreñida por las limitaciones que la dirección de actores le imponía), pronto su instrumento fue mostrando el cálido centro y los reflejos tornasolados que le caracterizan, brindando un dúo final de gran vigor dramático cuya coda instrumental final tras el clímax vocal fue abortada por los aplausos, demostrándose una vez más lo poco disciplinado que es cierto público en nuestro país. Pero Arteta destinó sus mejores bazas para el acto central y el tercero, que es donde supo extraer toda, dándolo todo, la carnaza dramática de su personaje. Delineó un bello Un bel dì vedremo y ya al final, estuvo muy entregada en la escena de su suicidio, Con onor muore. Se percibió cierta falta de fiato en algunas frases y regaló otras donde colocó filados y pianissimos de un altísimo nivel.

A su lado, el Pinkerton del tenor Marcelo Puente destacó por su buen fraseo en legato y su línea de canto plena de elegancia, aunque los agudos se emitieran un punto forzados. En todo caso, pese a no ser una voz de timbre sumamente hermoso, puso intención en todos sus momentos de exaltación amorosa, incluyendo un “Addio, fiorito asil” de bello lustre. El barítono Gabriel Bermúdez fue un eficiente Sharpless que no pasó de la corrección, el volumen vocal no es muy extenso y su caracterización no posee un elevado nivel de elocuencia, pero abundó en el buen decir de su personaje. La mezzo Cristina Faus, más acostumbrados a verla en papeles zarzuelísticos, dio vida aquí a una magnífica Suzuki, de canto noble y entregado. El resto del reparto cumplió notablemente sus cometidos: el Goro del tenor Francisco Vas, el Bonzo del bajo Fernando Latorre, el doble papel de Comisario Imperial y Príncipe Yamadori del tenor Isaac Galán, y el sensual registro grave que ofrece la mezzo Ana Cristina Marco en las breves frases de Kate Pinkerton. Nos ha sorprendido el buen nivel percibido en el Coro Verum liderado por el tenor Javier Carmena, y sobre todo en el proveniente desde el foso, de la Orquesta Sinfónica Verum a las órdenes del eficiente maestro Giuseppe Finzi, que, sin ser brillante, extrajo bastante colorido y pulso dramático a la partitura pucciniana, una garantía para conseguir que esta velada fuera una más que digna sesión de ópera italiana.


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