lunes, 6 de junio de 2016

Krystian Zimerman en Madrid, un lujo al alcance de pocos paladares

La ciudad de Madrid posee innumerables rincones insospechados y poco accesibles. Uno de ellos es el Palacete de los Duques de Pastrana, ubicado en el Paseo de la Habana, un exclusivo enclave con un origen decimonónico marcado por el sello de la nobleza y que hasta ahora se había venido utilizando en su mayor parte para dar cabida a ferias, congresos, bodas o eventos privados de toda índole y condición. Y decimos hasta ahora porque la Fundación Excelentia, con empeño, pero sobre todo con sabia visión de negocio como institución de promoción musical, ha sabido revestir al auditorio de este palacete, de 450 plazas de aforo, de un nuevo uso, reaprovechándolo para la celebración de uno de sus conciertos sinfónicos, que se caracterizó por su marcado cariz privado.

Y lo ha hecho nada menos que convocando al reputado pianista Krystian Zimerman, quien dos días antes había tocado en el Auditorio Nacional de Música dentro del propio ciclo sinfónico de Excelentia el mismo Cuarto concierto de Beethoven que venía a interpretar a este lujoso rincón del barrio madrileño de Chamartín.


Con el apoyo de la más que estimable acústica de la recién estrenada sala de concierto, el veterano pianista polaco volvió a manifestar sus geniales dotes que le convierten en uno de los más grandes concertistas del momento presente. La diáfana y precisa pulsación se puso instantáneamente de manifiesto desde los primeros acordes en solitario del piano con que comienza el concierto, unido a un contenido rubateo que supo dosificar a lo largo de su lucidísima interpretación. La complicidad y el entendimiento con la dirección de su compatriota Grzegorz Nowak fue absoluto, motivándose un diálogo enriquecedor del solista con la empastada Orquesta Clásica Santa Cecilia, repleto de variados matices y atravesado por felices instantes, que hacían resplandecer y erigirse por toda la sala las melodías beethovenianas más rutilantes del primer y tercer movimientos.

En el polaco descuellan sin cesar rasgos de su genio interpretativo como la concreción y la nitidez de la línea, la narratividad sin ningún tipo de decaimiento expresivo con que maneja el océano infinito de arpegios o la tensión progresiva de las cadencias, el extasiado nivel poético que imprime a los pasajes relajados del segundo movimiento o la facilidad y naturalidad pasmosas con las que es capaz de colocar comienzos y finales de frase, simulando acariciar las teclas. A todo ello se suma el broncíneo sonido que extrae su instrumento, de una inefable transparencia. En suma, la presencia de Zimerman en Madrid podría resumirse como que ha sido un lujo al alcance de pocos paladares.

La segunda parte, integrada por la Heroica beethoveniana, discurrió en un más que notable nivel de calidad. A la muy conseguida conjunción entre secciones y empaste general antes aludido con que cada vez más nos obsequia esta joven orquesta (destacándose mayormente una cuerda espléndidamente compenetrada y absolutamente entregada en todo su discurso), y con el efectivo y constante pulso rítmico por parte de Nowak (que consiguió poner en relieve con acierto la compleja arquitectura sonora de un movimiento tan complejo como el inicial), se percibió en definitiva un resultado global muy redondo y acabado tras el que se adivina un arduo trabajo de perfilamiento externo para dotar a la partitura de entidad en cuanto a expresión épica en el primer tiempo, profundidad en el segundo y carácter lúdico en el tercero y cuarto.

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