Más de dos décadas llevaba el espectador madrileño sin disfrutar de El caserío,
la zarzuela de costumbres vascas por antonomasia, una de las cimas
indiscutibles del género regionalista que experimentó una verdadera
eclosión en las décadas de los 20 y 30. Esta producción del Teatro Arriaga en coproducción con el Campoamor de Oviedo que ahora han recuperado los madrileños Teatros del Canal
en su Sala Roja, ha servido para conmemorar el 50 aniversario del
fallecimiento que se cumple en el presente año de uno de los dos
libretistas que firmaron la obra, el afamado Guillermo Fernández-Shaw.
Lo cierto es que este homenaje a su
figura no ha podido ser todo lo satisfactorio que se hubiera podido
esperar, ya que el joven y debutante director Pablo Viar
ha optado en su propuesta escénica por una mayor agilidad y
dinamización del libreto original de Federico Romero y Guillermo
Fernández-Shaw, hasta el punto de ser recortado en su mayor parte en los
dos últimos actos, donde en ocasiones los números musicales se suceden
consecutivamente sin mediación de partes habladas entre ellos. El
resultado general se reduce a hora y tres cuartos sin pausa alguna entre
el segundo y el tercer actos, y con la impresión en el espectador de
que los perfiles psicológicos de los personajes, especialmente los
secundarios y netamente hablados, no han sido desarrollados todo lo que
debieran desde el punto de vista eminentemente hablado.
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