lunes, 12 de mayo de 2014

La Corte de Sagi: entre oropel y hedonismo

7/5/2014. Teatros del Canal (Madrid). Sala Roja. La Corte de Faraón (Lleó). Dirección escénica: Emilio Sagi. Dirección musical: Carlos Cuesta. Coreografía: Nuria Castejón. Escenografía: Daniel Bianco. Reparto: Sandra Ferrández (Lota), Itxaro Mentxaka (La Reina), Manel Esteve (Faraón), Axier Sánchez (Putifar), Jorge Rodríguez-Norton (Casto José), Enrique Viana (Sul, la babilónica), Inés Ballesteros (Raquel), José M. Díaz (Gran Sacerdote), entre otros. Coro de la Comunidad de Madrid (director: Félix Redondo), Orquesta Sinfónica Verum.

 

Siempre existe alguna obra de teatro cantado sobre la que el director de escena de turno puede dar su sello de autor por encima de cualquier otra. Si en el campo de la lírica española hay un título que mejor se adapta a este hecho ése es la opereta bíblica La Corte de Faraón de Vicente Lleó, una producción firmada escénicamente por Emilio Sagi que se ha ofrecido en los madrileños Teatros del Canal después de su puesta de largo en el bilbaíno Teatro Arriaga.

 

Sagi, caracterizado por ser uno de los registas más reputados y cuya experiencia teatral a lo largo de décadas le avala en la puesta en escena de multitud de obras de género lírico español, ha marcado realmente su impronta sustituyendo la originaria irreverencia derrochada en el libreto por Guillermo Perrín y Miguel de Palacios por dosis de banalidad. Viendo el resultado final, parece que la sicalipsis no ha sido entendida en su sentido original, y que ha sido cambiada por una marcada estética entre hedonista y homosexual donde priman los cuerpos de los bailarines y comprimarios masculinos, especialmente desenvueltos en los ágiles movimientos dispuestos por la coreógrafa Nuria Castejón.

 

Una corte enteramente dorada y refulgente que supone, en lo que es una ocurrencia ad hoc del propio Sagi, el hartazgo manifiesto del propio Faraón y su voluntad de modificar la estética de su palacio, que se materializará en un vestuario actual y en unos muros “graffiteados” de testas faraónicas cuando él y el casto José entonan el “movido garrotín”. Pero esta corte, a pesar de sus revestimientos dorados se acierta a contemplar como una mera corte de oropel, donde situaciones y personajes pierden la gracia y la chispa originales, y donde el texto original en verso, de lo recortado y alterado, se ha echado mucho en falta.

 

No obstante, el montaje posee momentos de gran impacto desde el punto de vista visual, como la entrada de Lota en una canoa bajo las evanescentes aguas del Nilo, o los precisos elementos escenográficos utilizados para contextualizar la época y el lugar de la acción. Es una pena que la escena de las tres viudas de Tebas siempre se utilice para invocar a la horterada, en este caso con una estética a medio camino entre las Veneno y las Supremas de Móstoles.


Apenas un cambio como el de no referirse a la capa del casto José sino a su falda en el dúo con Lota, resulta un pequeño detalle de suma insignificancia en comparación con lo que ha sido la joya de la corona de este montaje, a saber: la gran escena sacada de music hall de la sacerdotisa Sul, que ha servido para que un travestido y expresivamente afectado tenor Enrique Viana salga de un sarcófago, cual sui generis momia, para lucirse en unos cuplés babilónicos con estrofas actualizadas, tras lo cual da inicio a un monólogo con grandes dosis de improvisación en el que interacciona continuamente con el divertido público y le hace partícipe en la repetición del famoso estribillo de la pieza: “Ay, Ba, ay, Ba”. En este momento particular han sido determinantes la escenografía de Daniel Bianco y la iluminación de Eduardo Bravo, cuyos destellos hacían realmente palidecer las pupilas del espectador durante los más de 20 minutos que dura el speech de Viana.

 

Aunque las comparaciones son odiosas, en este caso pensamos que no lo es hacerlo con una de las propuestas más recientes de la obra: La Corte que pudimos presenciar el verano pasado en el escenario de los Jardines de Sabatini firmada escénicamente por el cantante y actor Jesús Castejón eclipsa a la de Sagi, hasta en el propio reparto elegido. Aquí, las aportaciones masculinas de Manel Esteve, Jorge Rodríguez-Norton o Axier Sánchez, aunque defendidas en lo vocal en unos casos mejor que en otros, lo cierto es que poseen mucha menos entidad y amplitud escénica que las que brindaron Juan Manuel Cifuentes, Ángel Ruiz y Marco Moncloa. Muy correcta la soprano Sandra Ferrández, con un leve toque de cursilería dando vida a Lota, Itxaro Mentxaka desplegando continuamente aires de señorona egipcia en la Reina, la sensualidad de Inés Ballesteros a través de su voz aflautada y con autoridad vocal el Gran Sacerdote de José M. Díaz. Bien empastado como es habitual el Coro de la Comunidad de Madrid liderado por Félix Redondo y una Orquesta Sinfónica Verum que sonó con bastante claridad de detalles desde el foso a las órdenes del maestro Carlos Cuesta, a pesar de su planteamiento general de dinámicas sumamente leves, recreándose más bien en el detalle instrumental que en la magnificencia orquestal.

En definitiva y considerado todo lo anterior, está visto que no sólo con hedonismo y tonos ocres se consigue una buena Corte de Faraón, aunque la firme el mismísimo Emilio Sagi. Los añadidos, muchas veces, recargan el conjunto.

  
 

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