sábado, 18 de abril de 2015

"La ópera de las cuatro notas": una hilarante metaópera

Los Teatros del Canal han apostado por esta atractiva propuesta escénico-musical minimalista debida al compositor estadounidense Tom Johnson, que en un año como 1976, en pleno auge de este movimiento musical, estrenó una ópera de bolsillo en clave humorística en la que se parodian las cinco tesituras vocales.


Como apunta Paco Mir, artífice de este divertidísimo montaje en tiempos modernos, la particularidad de la obra reside en el hecho de que el autor americano ofrece completa libertad para que el director de escena desarrolle su propia visión escénica, sin incluir acotaciones precisas ni detalles concretos para la disposición de los personajes.

El elemento satírico y paródico, base que sustenta toda la obra, se pone de manifiesto ya desde el primer momento de la representación, cuando las cinco voces, saliendo desde dentro de las cortinas rojas que a modo de telones componen la escueta escenografía, lanzan a los espectadores chistes irónicos y con mucha intención dirigidos en forma de burla hacia sus compañeros “rivales”.

En el curso de las situaciones teatrales presentadas a lo largo de esta metáfora de la ópera, carente de una línea argumental definida, son parodiadas sin cesar mediante cómicos gags en completa interacción con el público las mismas convenciones y estereotipos de los cantantes de ópera tradicional: el divismo de la soprano (y la generalizada opinión de que no se la entiende al cantar, debiéndose traducir todo lo que dice), las quejas del tenor respecto a la ausencia de un "aria" con do de pecho, el papel secundario e ínfimo del displicente bajo, los reparos de la contralto por emitir su nota con la afinación adecuada, un dúo con hilarantes variaciones... A esto se une la propia crítica de cada uno de los cantantes del papel que están obligados a desempeñar en una “ópera” un tanto absurda, cuyas características que definen los cerrados números musicales que la componen son previamente presentadas y expuestas por los propios protagonistas mediante parejos recitativos, como en una suerte de ensayo.

Todo está muy conseguido e hilvanado a través de una hábil y dinámica dirección actoral y un uso eminentemente teatral de las luces frontales y especialmente cenitales que aportan al conjunto una enorme amenidad, frescura y una riqueza de movimientos que evitan el hastío que podría producir una obra minimalista al uso.

La música que se nos presenta, por su mismo carácter minimalista, se compone de esas aludidas cuatro notas del título (re, mi, la si) que son dispuestas en múltiples combinaciones melódicas que parecen no agotar nunca el reducidísimo espectro de posibilidades. Precisamente esa estructura tan básica y simple de la música, encerrada en la autolimitación estética que ha impuesto el autor mediante recitados, ritmos y melodías repetitivas (las cuales nos traen en ocasiones alguna reminiscencia del estilo de Satie), no concede en ningún momento espacio a expansiones de lirismo ni de sentimiento (pareciendo algo ridículo el catalogar al doliente único “aria” del tenor como de índole emocional), sino que la impresión general denota un cierto mecanicismo vocal, cuando no pretenciosa pirotecnia vocal en el caso de la soprano.

En esta producción Mir cuenta con un entregado elenco vocal del que se exige lo mejor en ese incesante ir y venir de los cinco personajes por la escena. De cara al espectador, tan importante es lo que se articula vocalmente como la propia actuación, por lo que el trabajo general requiere unas grandes dotes músico-teatrales por parte de todos los cantantes-actores. La mayor baza de la función se la lleva sin duda la soprano Ruth Iniesta, la cual aporta su habitual y atractiva desenvoltura escénica; sus toques de coquetería van de la mano de su privilegiada voz repleta de frescura y de una pasmosa facilidad para la coloratura en la intencionadísima emisión de escalas y picados, compitiendo con la no menos efectiva presencia escénica de la mezzo (quejumbrosa contralto en la obra) Ana Cristina Marco, que oscila del registro más grave al más agudo con brillantes resultados. El barítono Axier Sánchez luce con apostura escénica su timbrada voz mientras que el tenor Francisco Javier Sánchez destaca sobradamente en su registro más cómico que le es asignado en su personaje, y por último, el bajo Francisco Crespo, de una muy profunda tesitura plena de armónicos, cumple con rigor su papel de segundón ante tanta correría de sus compañeros. La participación en ciertos momentos de la pseudotrama del preciso pianista acompañante Javier Carmena en su muy rítmica pulsación, completa este reparto en el que lo aparentemente sencillo de la partitura engancha al espectador a lo largo de hora y cuarto de duración que se hace verdaderamente breve gracias a la gran intuición teatral de Paco Mir y las cualidades escénicas de todos sus colaboradores.

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