martes, 22 de enero de 2013

Homenaje a Verdi en el Nuevo Teatro Alcalá

Como homenaje a Verdi en el bicentenario de su nacimiento, las tres óperas de su trilogía popular están siendo llevadas a escena en el Nuevo Teatro Alcalá.

 



Crítica de Rigoletto en Teatro Nuevo Alcalá

27 de enero de 2013.
Un Rigoletto bien equilibrado

Rigoletto, inspirada en Le roi s’amuse de Victor Hugo, ha sido la segunda ópera de Verdi representada en el Nuevo Teatro Alcalá por la compañía Estudio Lírico como homenaje al bicentenario del maestro de Busetto.

El barítono mexicano Carlos Andrade fue quien dio vida al bufón jorobado en tres de las cinco funciones programadas. Es la suya una voz de centro generoso, gran amplitud y no menos volumen sonoro. Pudo sobrellevar sin problemas de afinación la pesada carga vocal que Verdi exige a su personaje, el de más protagonismo vocal junto con Gilda. Su presencia escénica anuló un tanto la característica del bufón deforme, pero dotó al personaje de notables niveles de patetismo y expresividad en su aria del segundo acto “Cortigiani, vil razza dannata” y los tres dúos que mantiene con su hija Gilda, especialmente en “Ah, solo per me l’infamia!” del segundo acto. En el del primero se optó por recortar la estrofa que comienza con la frase “Ah veglia, o donna, questo fiore…”.

Por su parte, la argentina Graciela Armendáriz, indudable soprano lírico-ligera, defendió en general con apostura el papel de su hija Gilda. Demostró enorme facilidad en la exhibición de coloratura en su gran momento en solitario (“Caro nome”), emitiendo con soltura escalas, agudos y sobreagudos, aunque en ocasiones sus acentos y ascensos a las notas más altas pueden resultar algo forzados y tirantes. Eso sí, los dos últimos actos fueron lo mejor de su recreación vocal de Gilda, abordando el aria del segundo acto (“Tutte le feste al tempio”) con las suficientes dosis de delicadeza y emotividad que requiere la heroína verdiana, así como en sus últimos momentos antes de morir en los brazos de su padre (“Vho ingannato”). Magnífica por tanto como actriz dramática.

El tenor José González Cuevas sustituyó por enfermedad al inicialmente previsto Houari Aldana en el papel del Duque de Mantua. Un cambio de última hora siempre es un gran riesgo para el sustituto, mayormente si no estaba incluido en otro de los repartos alternativos. Aun así, pudo salir airoso de uno de los tenores verdianos que no exige una presencia continua en el escenario y que se limita a momentos puntuales de lucimiento. Este tenor spinto, de solvente registro agudo, aunque sin poseer un timbre de especial atractivo, brindó con elegante línea de canto sus arias “Parmi veder le lagrime” y “La donna é mobile”, con un fallo leve de fiato en el primer aria al apianar la nota final. Una lástima que se prescindiera en esta representación de la lucida cabaletta “Possente amor mi chiama” que corona esta escena, habiéndola concluido con las palabras “ad imprecar” del coro de cortesanos antes de la bufonesca entrada de Rigoletto (“Lará lará”). Puestos a meter la tijera, también se recortó el dúo ya breve de por sí “Addio, addio, speranza ed anima”.

En el resto del reparto, hubo interpretaciones desiguales. A la soprano Akemi Alfonso no se le puede exigir demasiado en su breve papel del ama Giovanna y la maldición del Conde de Monterone al Duque y a Rigoletto con que concluye la primera escena del primer acto no fue demasiado amenazadora en la voz de un impertérrito bajo Marcelo Aguilar. Más destacables fueron la mezzosoprano Ana María Hidalgo como Maddalena (con graves de contralto) y el bajo Alfonso Baruque en Sparafucile, a pesar de que el canto de éste fue un tanto gutural en el dúo que mantiene con el bufón en el primer acto. Ambos cumplieron en toda la escena nocturna de la taberna en el acto tercero, muy creíbles actoralmente como sicario y su cómplice hermana.

Por lo demás, los coristas de la compañía Estudio Lírico se han ocupado de dar vida a los breves papeles solistas de los cortesanos del Duca, con interpretaciones de mayor o menor importancia. Más empastados estuvieron sus escasos miembros masculinos entonando el coro “Duca Duca” del segundo acto que en el “Zitti zitti” del primero, donde alguno destacaba por encima del conjunto vocal.

De la dirección escénica volvió a ocuparse Jesús Cordon y la musical en esta ocasión corrió a cargo del argentino Alejandro Jassan, que dirigió con rigor a la Filarmónica del Mediterráneo subrayando los pasajes dramáticos en una orquesta que por su reducida plantilla es muy difícil que oculte el canto de las voces, estando siempre al servicio de las mismas.

La escenografía tradicional, una vez más de Carlos Carvalho, fue muy vistosa en las escenas que se desarrollan en el salón del palacio ducal, con elegante mobiliario adecuadamente dispuesto por el escenario. Como producción low cost, se aprovechan elementos escénicos, como una verja, de la anterior ópera representada, Il Trovatore. Ha resultado muy acertada la iluminación de Jorge Abad en el juego de destellos simulando relámpagos y luces rojas durante la escena nocturna de la posada, lo que ha acrecentado brillantemente el clima tenebroso en el fatal desenlace del drama.





 

Crítica Il Trovatore en el Teatro Nuevo Alcalá
(Función del 20 de enero de 2013)

Con iniciativa privada, el Teatro Nuevo Alcalá de Madrid rinde homenaje al maestro Giuseppe Verdi en el año del bicentenario de su nacimiento programando las tres óperas de su trilogía popular. La ópera inspirada en la tragedia medieval del dramaturgo español Antonio García Gutiérrez es la que ha inaugurado este ciclo.

La compañía encargada de llevar a escena las tres óperas del compositor italiano es Estudio Lírico de Madrid, que dirige desde 2003 Belkys Domínguez, integrada por diversos artistas entre cantantes líricos, músicos, actores y bailarines. La compañía pone en escena títulos de ópera y zarzuela apostando por una escenografía y vestuarios clásicos, respetando la acción original de las obras.

Il Trovatore, con libreto de Salvatore Cammarano y estrenada el 19 de enero de 1853, hace ahora 160 años, en el Teatro Apolo de Roma, es una ópera que según manifestó el mítico Enrico Caruso, necesitaba de los cuatro mejores cantantes del momento para ser representada. Quizá la afirmación del tenor italiano puede parecer exagerada en nuestros días, pero en el caso que nos ocupa asistimos a un reparto de estupendas voces.

El Manrico de la última función, el joven tenor José Tablada, fue el auténtico triunfador de la velada, por encima de todos. Dotó al trovador de gran presencia escénica, con una enorme nobleza heroica. El bello timbre de su voz, muy varonil, nos recuerda vivamente el metal, la amplitud y extensión de otro gran intérprete histórico de este papel, el legendario Mario del Mónaco. Entonó un “Ah si, ben mio” de un profundo lirismo con un impecable fraseo en las medias voces. Aun así, tuvo algunos desafortunados desajustes en la siempre tan esperada “Pira” final del tercer acto, pero salvando este obstáculo, regaló bellísimos momentos en el dramático dúo con Azucena del segundo acto (“Mal reggendo all’aspro assalto…”) o en el final del cuarto acto, junto a Leonora. Destacar asimismo sus momentos cantados fuera de escena (“Deserto sulla terra”) y su parte del Miserere. Desde aquí auguramos a este magnífico tenor una carrera sembrada de éxitos.

Su amada Leonora estuvo encarnada en esta jornada por la soprano Dolores Granados, con una voz de lírica spinto con gran facilidad para el agudo (aunque con cierta falta de regulación al proyectarlo) y menor en las agilidades vocales que le exige la cabaletta final del aria “Tacea la notte placida” en el primer acto. Mucho más expresiva estuvo en su segundo momento en solitario, el aria “D’amor sull’ali rosee” del cuarto acto, con una bellísima línea de canto plagada de exquisitos filados.

El Conde de Luna del barítono Fernando Álvarez fue un tanto desigual a nivel vocal. Su voz comenzó un tanto áfona y algo temblorosa, pero a medida que avanzaba la representación fue tomando algo más de cuerpo y solidez, ofreciendo un correcto pero no estremecedor aria del segundo acto “Il balem del suo sorriso”, con agudos bien emitidos, no tanto en el registro grave, donde la voz no encontraba demasiado apoyo. Pareció que donde mejor se encontraba este cantante curiosamente era en los recitativos. Actoralmente, su papel de villano fue más bien inexpresivo, ya que la rigidez de movimiento escénico ha sido notable, no sólo en este personaje, sino en todo el reparto.

Inés Olabarría brindó una gitana Azucena muy dramática en ambos planos, escénico y vocal, destacando por encima de todo su sobrecogedor registro grave, a pesar de no poseer una voz de mezzo con la profundidad ideal que requeriría este atormentado papel. Su mejor momento no fue el “Stride la vampa!”, sino el primer dúo que mantiene con el trovador, en el segundo acto, donde se da a conocer como su madre.

El monólogo introductorio de Ferrando, jefe de la guardia del Conde, en el primer acto (“Di due figli…”) fue defendido honrosamente por el bajo Francisco Santiago, con la voz un tanto engolada pero salvando con facilidad el juego de registros grave-agudo que le exige esa primera gran escena con el coro de hombres. Inés (Akemi Alfonso) y Ruiz (Napoleón Domínguez) cumplieron adecuadamente en cada uno de sus partichinos, así como el Coro Estudio Lírico, muy desenvuelto como los zíngaros pero algo menos en el coro de guerreros que abre el tercer acto (“Squilli, echeggi la tromba guerriera”).

En el foso se encontraba la maestra Elena Herrera, que ha conseguido que apenas 20 músicos sonaran como si de una orquesta de 50 profesores se tratase. Una agrupación con sonido homogéneo, la Filarmónica del Mediterráneo, que consigue crear el clima opresivo de la partitura verdiana subrayando todos los matices instrumentales aunque sin demasiados aspavientos sonoros. Se ha apreciado, no obstante, que la directora ha acelerado en ciertos momentos los tempi en los finales de las arias de los solistas, quizá para facilitar el fraseo de los mismos. La dirección escénica de estos montajes corre a cargo de Jesús Cordon y la escenografía de Carlos Carvalho.

Siempre es una gran satisfacción para el público madrileño asistir a representaciones de ópera realizadas por compañías privadas que ponen en escena obras con recursos más modestos pero con criterios de calidad y rigor, y que pueden convertirse para el espectador en una óptima alternativa a las fastuosas producciones que programan los grandes teatros líricos.

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