Crítica de Rigoletto en
Teatro Nuevo Alcalá
27 de enero de 2013.
Un Rigoletto bien equilibrado
Rigoletto, inspirada en Le roi s’amuse de Victor Hugo, ha sido la segunda ópera de Verdi
representada en el Nuevo Teatro Alcalá por la compañía Estudio Lírico como homenaje al bicentenario del maestro de
Busetto.
El barítono mexicano Carlos Andrade fue quien dio vida al
bufón jorobado en tres de las cinco funciones programadas. Es la suya una voz
de centro generoso, gran amplitud y no menos volumen sonoro. Pudo sobrellevar sin
problemas de afinación la pesada carga vocal que Verdi exige a su personaje, el
de más protagonismo vocal junto con Gilda. Su presencia escénica anuló un tanto
la característica del bufón deforme, pero dotó al personaje de notables niveles
de patetismo y expresividad en su aria del segundo acto “Cortigiani, vil razza
dannata” y los tres dúos que mantiene con su hija Gilda, especialmente en “Ah,
solo per me l’infamia!” del segundo acto. En el del primero se optó por
recortar la estrofa que comienza con la frase “Ah veglia, o donna, questo
fiore…”.
El tenor José González Cuevas sustituyó por enfermedad al inicialmente previsto Houari
Aldana en el papel del Duque de Mantua. Un cambio de última hora siempre es un
gran riesgo para el sustituto, mayormente si no estaba incluido en otro de los
repartos alternativos. Aun así, pudo salir airoso de uno de los tenores verdianos
que no exige una presencia continua en el escenario y que se limita a momentos
puntuales de lucimiento. Este tenor spinto,
de solvente registro agudo, aunque sin poseer un timbre de especial atractivo, brindó
con elegante línea de canto sus arias “Parmi veder le lagrime” y “La donna é mobile”,
con un fallo leve de fiato en el primer aria al apianar la nota final. Una
lástima que se prescindiera en esta representación de la lucida cabaletta “Possente amor mi chiama” que
corona esta escena, habiéndola concluido con las palabras “ad imprecar” del
coro de cortesanos antes de la bufonesca entrada de Rigoletto (“Lará lará”).
Puestos a meter la tijera, también se recortó el dúo ya breve de por sí “Addio,
addio, speranza ed anima”.
En el resto del reparto, hubo
interpretaciones desiguales. A la soprano Akemi
Alfonso no se le puede exigir demasiado en su breve papel del ama Giovanna
y la maldición del Conde de Monterone al Duque y a Rigoletto con que concluye
la primera escena del primer acto no fue demasiado amenazadora en la voz de un
impertérrito bajo Marcelo Aguilar.
Más destacables fueron la mezzosoprano Ana
María Hidalgo como Maddalena (con graves de contralto) y el bajo Alfonso Baruque en Sparafucile, a pesar
de que el canto de éste fue un tanto gutural en el dúo que mantiene con el
bufón en el primer acto. Ambos cumplieron en toda la escena nocturna de la
taberna en el acto tercero, muy creíbles actoralmente como sicario y su cómplice
hermana.
Por lo demás, los coristas de la
compañía Estudio Lírico se han ocupado de dar vida a los breves papeles
solistas de los cortesanos del Duca, con interpretaciones de mayor o menor importancia.
Más empastados estuvieron sus escasos miembros masculinos entonando el coro
“Duca Duca” del segundo acto que en el “Zitti zitti” del primero, donde alguno
destacaba por encima del conjunto vocal.
De la dirección escénica volvió a
ocuparse Jesús Cordon y la musical
en esta ocasión corrió a cargo del argentino Alejandro Jassan, que dirigió con rigor a la Filarmónica del Mediterráneo subrayando los
pasajes dramáticos en una orquesta que por su reducida plantilla es muy difícil
que oculte el canto de las voces, estando siempre al servicio de las mismas.
La escenografía tradicional, una
vez más de Carlos Carvalho, fue muy
vistosa en las escenas que se desarrollan en el salón del palacio ducal, con elegante
mobiliario adecuadamente dispuesto por el escenario. Como producción low cost, se aprovechan elementos
escénicos, como una verja, de la anterior ópera representada, Il Trovatore. Ha resultado muy acertada la
iluminación de Jorge Abad en el
juego de destellos simulando relámpagos y luces rojas durante la escena
nocturna de la posada, lo que ha acrecentado brillantemente el clima tenebroso
en el fatal desenlace del drama.
Crítica Il Trovatore en el Teatro Nuevo Alcalá
(Función del 20 de enero de 2013)
Con iniciativa privada, el Teatro
Nuevo Alcalá de Madrid rinde homenaje al maestro Giuseppe Verdi en el año del
bicentenario de su nacimiento programando las tres óperas de su trilogía
popular. La ópera inspirada en la tragedia medieval del dramaturgo español
Antonio García Gutiérrez es la que ha inaugurado este ciclo.
La compañía encargada de llevar a
escena las tres óperas del compositor italiano es Estudio Lírico de Madrid, que dirige desde 2003 Belkys Domínguez,
integrada por diversos artistas entre cantantes líricos, músicos, actores y
bailarines. La compañía pone en escena títulos de ópera y zarzuela apostando por
una escenografía y vestuarios clásicos, respetando la acción original de las
obras.
Il Trovatore, con libreto
de Salvatore Cammarano y estrenada el 19 de enero de 1853, hace ahora 160 años,
en el Teatro Apolo de Roma, es una ópera que según manifestó el mítico Enrico
Caruso, necesitaba de los cuatro mejores cantantes del momento para ser
representada. Quizá la afirmación del tenor italiano puede parecer exagerada en
nuestros días, pero en el caso que nos ocupa asistimos a un reparto de estupendas
voces.
El Manrico de la última función,
el joven tenor José Tablada, fue el
auténtico triunfador de la velada, por encima de todos. Dotó al trovador de gran
presencia escénica, con una enorme nobleza heroica. El bello timbre de su voz, muy
varonil, nos recuerda vivamente el metal, la amplitud y extensión de otro gran
intérprete histórico de este papel, el legendario Mario del Mónaco. Entonó un “Ah
si, ben mio” de un profundo lirismo con un impecable fraseo en las medias voces.
Aun así, tuvo algunos desafortunados desajustes en la siempre tan esperada “Pira”
final del tercer acto, pero salvando este obstáculo, regaló bellísimos momentos
en el dramático dúo con Azucena del segundo acto (“Mal reggendo all’aspro
assalto…”) o en el final del cuarto acto, junto a Leonora. Destacar asimismo sus
momentos cantados fuera de escena (“Deserto sulla terra”) y su parte del
Miserere. Desde aquí auguramos a este magnífico tenor una carrera sembrada de
éxitos.
Su amada Leonora estuvo encarnada
en esta jornada por la soprano Dolores
Granados, con una voz de lírica spinto
con gran facilidad para el agudo (aunque con cierta falta de regulación al
proyectarlo) y menor en las agilidades vocales que le exige la cabaletta final del aria “Tacea la notte
placida” en el primer acto. Mucho más expresiva estuvo en su segundo momento en
solitario, el aria “D’amor sull’ali rosee” del cuarto acto, con una bellísima
línea de canto plagada de exquisitos filados.
El Conde de Luna del barítono Fernando Álvarez fue un tanto desigual
a nivel vocal. Su voz comenzó un tanto áfona y algo temblorosa, pero a medida
que avanzaba la representación fue tomando algo más de cuerpo y solidez,
ofreciendo un correcto pero no estremecedor aria del segundo acto “Il balem del
suo sorriso”, con agudos bien emitidos, no tanto en el registro grave, donde la
voz no encontraba demasiado apoyo. Pareció que donde mejor se encontraba este
cantante curiosamente era en los recitativos. Actoralmente, su papel de villano
fue más bien inexpresivo, ya que la rigidez de movimiento escénico ha sido
notable, no sólo en este personaje, sino en todo el reparto.
Inés Olabarría brindó una gitana Azucena muy dramática en ambos
planos, escénico y vocal, destacando por encima de todo su sobrecogedor
registro grave, a pesar de no poseer una voz de mezzo con la profundidad ideal que
requeriría este atormentado papel. Su mejor momento no fue el “Stride la
vampa!”, sino el primer dúo que mantiene con el trovador, en el segundo acto,
donde se da a conocer como su madre.
El monólogo introductorio de
Ferrando, jefe de la guardia del Conde, en el primer acto (“Di due figli…”) fue
defendido honrosamente por el bajo Francisco
Santiago, con la voz un tanto engolada pero salvando con facilidad el juego
de registros grave-agudo que le exige esa primera gran escena con el coro de
hombres. Inés (Akemi Alfonso) y Ruiz (Napoleón Domínguez) cumplieron
adecuadamente en cada uno de sus partichinos,
así como el Coro Estudio Lírico, muy desenvuelto como los zíngaros pero algo
menos en el coro de guerreros que abre el tercer acto (“Squilli, echeggi la
tromba guerriera”).
En el foso se encontraba la
maestra Elena Herrera, que ha
conseguido que apenas 20 músicos sonaran como si de una orquesta de 50
profesores se tratase. Una agrupación con sonido homogéneo, la Filarmónica del
Mediterráneo, que consigue crear el clima opresivo de la partitura verdiana subrayando
todos los matices instrumentales aunque sin demasiados aspavientos sonoros. Se
ha apreciado, no obstante, que la directora ha acelerado en ciertos momentos los
tempi en los finales de las arias de
los solistas, quizá para facilitar el fraseo de los mismos. La dirección
escénica de estos montajes corre a cargo de Jesús Cordon y la escenografía de Carlos Carvalho.
Siempre es una gran satisfacción
para el público madrileño asistir a representaciones de ópera realizadas por compañías
privadas que ponen en escena obras con recursos más modestos pero con criterios
de calidad y rigor, y que pueden convertirse para el espectador en una óptima
alternativa a las fastuosas producciones que programan los grandes teatros
líricos.
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