Resulta gratificante concebir una nueva creación musical para un compositor de nuestros días. Aun así, el factor riesgo (financiero y de recursos) juega un papel muy destacado si desea llevar a la escena una obra lírica propia. El músico Jorge Fernández Guerra le ha echado valor y se ha enfrascado en un nuevo proyecto de ópera contemporánea. Y sin apoyos estatales, lanzándose al vacío, sólo con aportaciones monetarias privadas que se han canalizado a través del crowdfunding, una figura económica de autofinanciación también denominada micromecenazgo, a través de la plataforma web Verkami.
Sólo por ello es loable y digna de admiración la intentona. El Teatro Guindalera, en realidad una sala alternativa de espectáculos, ubicada en la calle Martínez Izquierdo, 20, de Madrid, ha sido quien ha creído en este proyecto representando sus Tres deshechos en forma de ópera durante ocho únicas funciones, desde el 21 de diciembre del pasado año al 6 de enero.
Fernández Guerra, autor tanto de la música como del libreto, parte para esta su segunda obra escénica (en 1987 estrenó en Madrid Sin demonio no hay fortuna, por encargo del Ministerio de Cultura socialista) del concepto mismo de ópera como metáfora, una teoría que ha desarrollado de manera exhaustiva y crítica en su libro de 2009 Cuestiones de ópera contemporánea. Metáforas de supervivencia. El autor siempre plantea el dilema de si en el mundo actual en que vivimos se pueden seguir componiendo óperas al estilo tradicional o si el género operístico resulta sólo un producto cultural de épocas pasadas. Por ello ha acuñado la expresión "muerte de la ópera", concepto que junto a otras cuestiones desarrolla en el mencionado libro, desde un análisis y perspectiva históricos.
Los deshechos de los que parte esta ópera contemporánea son los que ha ido generando la propia sociedad con su Cultura, depositándolos en la calle. Y de estos materiales, como recursos escénicos y escenográficos, se sirve ahora Guerra para esta "metáfora de la ópera" de pequeño formato y con un argumento banal e intrascendente, pero de temática muy actual: tres músicos callejeros (violín, contrabajo y clarinete) sirven de banda sonora con sus notas a la sencilla historia de amor entre una pareja que se conoce en la calle por mera casualidad (encarnada por una soprano y un tenor), idilio ilustrado con esos mismos restos de la cultura popular, utilizados como elementos simbólicos: acertijos populares infantiles, pantomimas de cine o TV, bustos parlantes a los que plantean dudas sobre la propia ópera contemporánea como género, etc.
Musicalmente, el compositor madrileño ha tomado prestada música pianística del enfant terrible Erik Satie (parecen percibirse las Gnossiennes) y la ha sometido a diversas modificaciones de ritmo, dinámica e instrumentación. Siempre suena Satie, pero visto desde diferentes prismas. De hecho, la obra está inspirada y titulada así por las famosas Tres piezas en forma de pera del sarcástico compositor francés, que jugaba como nadie con las teclas y las palabras.
Cuando llegamos al terreno de la voz nos encontramos a nuestro juicio en esta obra con uno de los acostumbrados problemas que asolan a la creación operística contemporánea en relación con la escritura vocal: el empeño del recitativo y la prosodia en detrimento de la línea melódica. Someter a dos cantantes a un continuo recitado, muy forzado y estridente en ocasiones, con ascensos abruptos de la soprano al sobreagudo, termina resultando monótono de escuchar y percibiéndose todo prácticamente igual, sin matices ni variaciones.
Quizá donde resulta algo más interesante la escritura musical (esencialmente serial y disonante) de esta obra es en los pasajes discursivos que ejecuta el trío de instrumentistas como acompañamiento camerístico a las dos voces, con esos continuos enmascaramientos y tergiversaciones de la reconocible melodía original pianística de Satie, que, en su instantaneidad, nos evoca la música de los cabarets de los años 10 y 20. Es quizá ese recurso de la cita melódica a Satie lo que sostiene en cierta medida el discurso sonoro. Tanto la combinación instrumental como el tratamiento rítmico pueden recordar lejanamente a veces a la Historia del Soldado de Stravinsky.
Fernández-Guerra ha confiado esta ópera de cámara a la compañía que él mismo ha creado "para dinamizar la creación de óperas actuales en nuestro idioma", laperaÓpera, junto a los dos solventes cantantes Ruth González (soprano) y Enrique Sánchez-Ramos (barítono), y un trío muy virtuoso de solistas instrumentales formado por Mónica Campillo (clarinete) (en preestreno, Miguel Ángel Dopazo Recamán), Gala Pérez Iñesta (violín) y Miguel Rodrigáñez (contrabajo). La sucinta escenografía, integrada por cartones y materiales deshechables, ha sido elaborada por Florentino Díaz. Todos ellos estuvieron dando vida a esta "ópera de indigentes" bajo la dirección escénica de la joven directora Vanessa Montfort.
Nuestra enhorabuena en definitiva al compositor madrileño y a todo su equipo de colaboradores por el esfuerzo emprendido de llevar a escena lo que es realmente esta obra de bolsillo sin grandes pretensiones: una anécdota o experimento operístico en plena generación de "la muerte de la ópera" como creación nueva y original.
Información del espectáculo en la web del Teatro Guindalera
La crítica de la obra que ha hecho Arturo Reverter en Codalario
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