sábado, 1 de enero de 2011

Astracanada orientalista nada chabacana


EL NIÑO JUDÍO
(Pablo Luna)
Del 16 de diciembre de 2010 al 16 de enero de 2011
Teatro de la Zarzuela (Madrid)


Crítica del montaje

La tercera reposición de El Niño Judío en el Teatro de la Zarzuela vuelve a explotar el modelo de la producción original de 2001, pero con una brisa de aire fresco. Jesús Castejón, como nos ha asegurado en la entrevista, en su doble faceta de director de escena y actor, ha pulido y limado algunos aspectos de la puesta en escena primigenia presentando el montaje al espectador de hoy como si de realmente inédito y nuevo se tratase. Y es que le ha sacado brillo en casi todo.


Las esencias del montaje original están intactas, pero renovadas: reflejo fiel del orientalismo o arabismo que impregna la partitura (en el fastuoso vestuario, el arquitectónico decorado...), el carácter de astracanada (exageración) que define al libreto, y suficientes dosis de entretenimiento y diversión. La inteligente puesta en escena de esta opereta dota al espectáculo de un fluir continuo de situaciones (plagadas en gran medida por chistes y gags), en las que nada sobra, nada es forzado, y lo que es más importante, nada llega a rozar ni de lejos el chabacanismo. Oriente respira por los cuatro costados en este montaje, donde las gentes y los paisajes de Alepo y La India están plasmados con rasgos operetistas de increíble majestuosidad oriental, dignos de cuento de hadas, aprovechándose con especial eficacia los recursos y las disponibilidades escenográficas que el coliseo ofrece.

Uno de los cambios percibidos en esta reposición de la opereta (donde la historia narrada se convierte en algo intrascendente, una mera excusa para pasar un buen rato),  ha sido el presentar una particular visión de “teatro dentro del teatro” al principio y al final de la obra. El protagonista Samuel, nada más comenzar, lee de un libro titulado precisamente “El Niño Judío”, la primera intervención de su personaje, y Jenaro, al final de la misma, la última del suyo. Y durante toda la zarzuela, el trío protagonista (Jenaro, Samuel y Concha) es acompañado simbólicamente por una serie de musas moriscas que asisten a todo lo que les acontece en sus dos viajes. Al final el espectador cae en la mágica cuenta de que todo ha sido el resultado de la lectura de un libro titulado como la zarzuela…


Por otro lado, ha sido un acierto seguir incluyendo la Danza del fuego de la opereta Benamor del propio Pablo Luna en la escena de las esclavas del primer acto, pieza que da bastante juego, por ritmo y extensión, al ballet, en este caso, seis bailarinas. Nos quedamos sin embargo con la duda de cómo se habría abordado la trova de la esclava, que se ha querido seguir suprimiendo.

En El Niño Judío las cualidades actorales priman más que las grandes exigencias vocales de otras obras de nuestro género. Y en esta producción se ha dispuesto de grandes actores. Comencemos por Pedro Miguel Martínez (para mí el actor triunfador de la noche con permiso de Jesús Castejón): recrea un Jenaro insuperable, gracias a su vis cómica (sustentada en una actitud amanerada) el personaje adquiere una simpatía y una gracia inigualables hacia el espectador, hasta tal punto de que se convierte en un auténtico confidente del público (muchas de sus morcillas y chistes son “apartes” dirigidos al respetable, con los que éste se divierte a raudales). Su personaje (prototipo de teatro del absurdo), en su osadía por conseguir riquezas gracias a la ascendecia del "niño judío", mueve a los demás y provoca la gran mayoría de las situaciones, desde el mismo momento en que decide embarcar rumbo a Alepo tras descubrir a su hija Concha el secreto sobre el origen de su novio Samuel.


Como tenor y actor cómico, Rafa Castejón dota a Samuel de la frescura y la vitalidad exigidas en un jovenzuelo enamorado, aventurado y dispuesto a hacerse rico con una gran fortuna de su supuesto padre. Su amada Concha (Beatriz Lanza) es contagiada de ese espíritu juvenil y ensoñador, y su soltura y picardía en el escenario son deliciosas, así como su capacidad vocal en la Canción Española (“De España vengo…”), en la que desplegó auténticas dotes de gracejo hispano con el apoyo de un gallardo bailarín flamenco.

El barítono Miguel Sola brindó una más que aceptable Romanza de Manacor del primer acto, aunque no ligando demasiado el fraseo. Me quedo más con su aportación actoral de su personaje, un invidente de Alepo siempre dispuesto a revelar secretos si le tienden unos maravedíes.


Y qué decir de Jesús Castejón como actor-cantante. Sus dos personajes son recreados con absoluta visión teatral: nos creemos que es un fiero atormentador de mujeres (Barchilón) en el acto primero, y que después nos lo encontramos convertido en un rajá poderoso (Jamar-Jalea), pero manipulado en todo por su mujer, un bragazas de Oriente, como nos lo ha definido el propio Castejón.

También dignos de mención los actores secundarios Mulie Jarju como el perezoso esclavo negro Ataliar, Eduardo Gómez como Paco, Ornili Azulai como la sacerdotisa india Mirsa, y Berta Ojea como Jubea, la dominante esposa del rajá Jamar-Jalea (que la vemos por primera vez peligrosamente descendida varios metros desde la parte superior del escenario por un dispositivo móvil).


El cuerpo de ballet dispone de tres grandes momentos para su lucimiento: la susodicha Danza del fuego, la Danza india y la escena del sacrificio (donde la música evoca a la Danza de los siete velos de la ópera Salomé de Richard Strauss), en esta producción apostando por grupos de baile reducidos, uno de los cuales integrado por bailarines y músicos árabes. Particulares los guiños al cine bollywoodiense y al videoclip Thriller de Michael Jackson (con zombies saliendo de las profundidades) en el descacharrante dúo a ritmo de pasodoble “Soy un rayito de luna” entre Jenaro y Samuel, que desemboca en una danza macabra.

La Orquesta de la Comunidad dirigida por el ilustre maestro Miguel Roa y Coro del Teatro acometieron con rigor una partitura que se mueve entre la sensualidad oriental y el casticismo español: ambos fueron brillantemente pintados.

Y termino con una apreciación curiosa para que se vea lo igualitaria que es esta obra en cuanto a sexos: en el primer acto las esclavas de Alepo son atormentadas duramente por Barchilón y sus esbirros, para luego en el acto segundo tomar las mujeres indias los látigos y convertirse en sexys sacerdotisas sometiendo a los europeos al tormento (por decir algo) en honor de la Diosa Bubania. Lección de igualdad como ninguna dentro de una astracanada disparatada como es este Niño Judío.




1 comentario:

zarzuelas dijo...

http://zarzuelasdecoleccion.blogspot.com/search?q=el+ni%C3%B1o+judio