En el intermedio, la cadena de televisión ORF brindó al espectador un preciosista documental ("Modernismo en Viena") que rendía tributo a la arquitectura modernista de Otto Wagner y a otros artistas de su generación, como los pintores Gustav Klimt, Egon Schiele y Koloman Moser, de los que se cumple, en este 2018, el centenario de su muerte, y que muestran el espléndido y profuso cultivo artístico en las postrimerías del imperio austríaco y en el final de la Primera Guerra Mundial. Una muchacha recorre en bicicleta los principales enclaves culturales austríacos, y se para a contemplar las actuaciones musicales interpretadas por miembros de la Filarmónica vienesa mientras diseña bocetos de los edificios en su cuaderno de dibujo.
La segunda parte se abrió con una magnífica interpretación de la obertura de esencias italianas y vienesas Bocaccio de Franz-von Suppé, donde Muti exhibió el hombre de teatro que lleva consigo. El vals Flores de Mirto de Johann hijo volvió a traslucir la esencia genuina del vals, con una brillante claridad expositiva en la línea y el ritmo, rubateado y paladeado en su justa medida. El ballet tuvo su primer momento de exhibición, con evoluciones coreográficas del italiano Davide Bombana, en la desconocida Gavota de Estefanía de Alfons Czibulka, en donde se pudo apreciar la elegante belleza del vestuario del diseñador catalán Jordi Roig, la tercera colaboración ya del leridano con el Concierto de Año Nuevo. A partir de ahí todo fueron obras del rey del vals. Tras el momento de contraste que proporcionó la polca rápida Balas mágicas, y donde Muti volvió a conseguir mucho con escasos gestos y economía de medios, el napolitano continuó asombrando con una versión majestuosa del vals Cuentos de los bosques de Viena (sin reexponer los primeros temas del tempo di vals) con la participación de una cítara solista, que confirió autenticidad y esencia rural a la siempre preciosa obra, máxime cuando se interpreta de forma tan elegante y distinguida y en la que el ritmo de vals transpira por todos los poros de la orquesta.
Tras dos piezas breves como la Marcha festiva y la refinada polka mazurka Ciudad y campo, llegó la cuadrilla sobre algunos de los principales temas melódicos de la ópera Un ballo in maschera de Verdi, donde la esencia del melodrama italiano sonaba cogido de la mano del ritmo bailable. Una feliz conjunción entre Italia y Austria que sirvió de prólogo para el vals Rosas del sur, que no resultó tan pulcro y delicado en la línea como otros valses precedentes, y que se vio relegado en imágenes por la segunda intervención de las parejas de ballet, con diez solistas del Ballet de la Ópera de Viena en el Castillo Eckartsau, bastión del último emperador de Austria, y con lo que el concierto conmemoraba el centenario de la disolución del Imperio Austrohúngaro. Tras dos vibrantes polcas, Enviado de Josef y Truenos y relámpagos de Johann (fuera de programa esta última), llegó una convencional felicitación de año nuevo del maestro, para acto seguido, obsequiar con una muy paladeada versión de El bello Danubio Azul, en el que casi se palpaba el fluir del río, y una Marcha Radetzky cuya dirección de las palmas al público, por su mera seriedad y autoridad, no provocó lamentablemente el efecto y la pompa festiva que en previos Conciertos de Año Nuevo. Y es que, para Muti, la seriedad de lo bailable, es ya una máxima. Para bien y para mal.
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