El coliseo de la Plaza de Oriente ha clausurado su primera temporada con Joan Matabosch al frente del mismo con una atípica velada que en un principio iba a combinar en programa doble la ópera española Goyescas de Enrique Granados con Gianni Schicchi, el potrero título cómico del Trittico pucciniano, poniéndolas en interrelación en base a la un tanto pueril coincidencia (ni asunto teatral ni estética musical son equiparables) del estreno de ambas en el Metropolitan de Nueva York con tan sólo dos años de diferencia, 1916 y 1918, respectivamente.
El devenir del destino hizo que la máxima atracción
en la ópera de Puccini, nuestro Plácido Domingo como el protagonista
titular, se cayera del cartel por el reciente fallecimiento de su
hermana, hecho que, según declaró, le impedía acometer con total entrega
un personaje de tal cariz cómico. En su defecto, manifestó su
compromiso con público y teatro de ofrecer en el intermedio entre ambas
óperas un reducido concierto junto a varios de los cantantes que le
acompañarían en la producción de Woody Allen. La otra contingencia
precedente y ya conocida por todos resultó ser que la obra de Granados
tenía que conformarse por criterios presupuestarios con una estática y
un tanto desangelada versión de concierto, que ahora, concluida la
temporada, se ha evidenciado muy a las claras por parte del público
madrileño como un mero e innecesario trámite para lo que realmente le
importaba de veras: la esperada llegada del titán Domingo.
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