"¡Ay, amor!", frase extraída de la ópera La vida breve del compositor gaditano, vehicula dos obras unidas argumentalmente por un amor doloroso para cada protagonista femenina (más correcto sería decir desamor) entretejidas mediante el desfile de una serie de elementos o tópicos simbólicos extraídos de la imaginería andaluza y por extensión, española, característica que se hace más evidente en El amor brujo (torero, guitarrista, penitentes, entierro, niños jugando...).
La sobriedad de la escenografía (simplemente un inclinado tablado circular en cuyo centro se ubica una silla con un micrófono para ambas obras; en el caso de El amor brujo con piedras colocadas alrededor del entarimado) permite acrecentar el carácter descarnado de los sentimientos amorosos y la soledad de cada una de las amantes despechadas, Candela y Salud. A ello también se une el juego de tonos lumínicos en las dos obras. No obstante, se ha echado de menos en la ópera una mayor inclusión de elementos escenográficos y mayor interacción entre los cantantes, algo que El amor brujo no exige tanto.
En este caso se ha optado por la versión original que escribió Falla en 1915 como "Gitanería en un acto", antes de su reconversión años más tarde como ballet. Por ello se incluyen completos todos los números y transiciones musicales compuestos por el gaditano, algunos de ellos insertados en un orden diferente al de la célebre versión balletística. Por esta insólita recuperación, el montaje ya posee un valor añadido.
A nivel escénico, la cantaora flamenca Esperanza Fernández como Candela es el núcleo de atención. Su alma se desdobla simbólicamente en la joven bailaora Natalia Ferrándiz, que se encarga, cual perfecto alter ego de la cantaora, de ejecutar los obsesivos pasos de ballet en los números puramente orquestales (con su propia coreografía). Aunque Fernández es una cantaora, no abusa demasiado, y es de agradecer, de las acostumbradas vocalizaciones de estilo aflamencado, los quejíos (como sí hace Ginesa Ortega en la grabación discográfica de la obra dirigida por Josep Pons), y tanto en su canto en las canciones encomendadas a su personaje como en los recitados sobre música, consigue grandes niveles de expresividad.
En el caso de la ópera en dos actos La vida breve, los niveles de tensión dramática se acrecientan, gracias a la nutrida orquestación de estética verista de Don Manuel, así como a la participación de la protagonista femenina y auténtica triunfadora de la velada, la soprano Lola Casariego, que realiza una de sus mejores recreaciones hasta el momento, tanto a nivel actoral como vocal. Consigue sobrellevar la pesada carga vocal de soprano dramática que requiere la gitana Salud durante toda la obra. En sus principales momentos en solitario, las arias "Vivan los que ríen" y "Allí está riyendo", alcanza cotas de gran patetismo, respondiendo bastante bien el registro agudo. Sobresalientes asimismo sus pianissimos y las modulaciones vocales de la música andaluza. No tanto la dicción.
Quizá la explícita frialdad del personaje de Paco en su aparición ha sido obligada en esta propuesta escénica para acrecentar ese engaño que le hace a Salud antes de casarse con una mujer de su casta y clase social. Por ello, el tenor José Ferrero durante todo el dúo con Salud del primer acto no transmite sentimiento alguno de apasionamiento a nivel escénico. Tampoco a nivel vocal Falla le exige demasiado, apenas unas pocas frases, durante toda la ópera. Algo que también ocurre con los maduros personajes del Tío Sarvaor, interpretado por el experimentado y amenazador en escena barítono Enrique Baquerizo; y de la Abuela, que Milagros Martín defiende a nivel vocal (con apreciables graves) y escénico, como está haciendo últimamente con la interpretación de otros venerables papeles; recordémosla la temporada pasada del Teatro como la madre de Rafael el Macareno en la ópera El gato montés de Penella.
Destacada asimismo la intervención fuera de escena de la voz en la fragua del tenor Gustavo Peña, entonando la eterna coplilla que se relaciona con el dilema personal de la protagonista, y también la presencia del barítono Josep-Miquel Ramón como el hermano de Carmela.
También a la bailaora Natalia Ferrándiz se deben las coreografías de las dos esplendorosas danzas del acto II de La vida breve, de gran vistosidad, colorido y fuerza rítmica que engalanan y llenan de figurantes la escena antes del dramático desenlace. El Coro del Teatro cumple y crea un ambiente de predestinación cantando fuera de escena como los trabajadores de la fragua ("Ande la tarea"), y dentro de escena, como los invitados al enlace de Carmela y Paco, amenizando la fiesta flamenca con la presencia del cantaor José Ángel Carmona.
Dos obras donde la presencia orquestal es notabilísima y fundamental deben contar con un conjunto que esté a la altura de las circunstancias. Y más que eso estuvo la Orquesta de la Comunidad de Madrid a las órdenes de Juanjo Mena, en la primera obra, reducida de proporciones y con destacados solos instrumentales (como el del chelo en el bello Intermedio), y en el segundo subrayando con especial énfasis los momentos en forte de la compleja partitura de Falla. En el nocturnal Intermedio que concluye el acto primero, la cantaora Esperanza Fernández volvía a realizar una discutible intervención recitando unos poemas de un librito (un aderezo innecesario, para mi gusto, cuando la orquesta lo está diciendo todo), así como nada más concluir la ópera entonando a los pies de Salud muerta "Este galapaguito" de las Canciones Populares Españolas de Lorca; algo que desgraciadamente anula el clímax dramático en punta, del final.
Hacía mucho tiempo que no se representaba Falla en el Teatro de la Zarzuela. Sólo por ello, por presentar dos grandísimas obras de su genio artístico, independientemente de algunos detalles discutibles de la puesta en escena, es un espectáculo altamente recomendable.
Dos vídeos promocionales de la producción
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