La temporada 2011-2012 del coliseo de la calle Jovellanos se ha abierto con un jugoso programa doble integrado por dos obras de género chico de las cuales la primera, El trust de los tenorios de José Serrano, no ha podido verse en los escenarios líricos desde la época de su estreno, 1910, convirtiéndose por ello en un merecido descubrimiento para el aficionado, ya que únicamente perduraba en la memoria del mismo su celebérrima y vibrante Jota. La segunda obra que comparte cartel es la dramática El puñao de rosas de Ruperto Chapí, que tampoco se ha puesto en escena desde hace por lo menos cuatro décadas. El agua y el aceite, pues, combinadas en un atractivo programa doble.
La partitura de El trust (definida por Carlos Arniches y Enrique García Álvarez, sus libretistas, como Humorada cómica lírica en un acto) pertenece a esa época frívola o "golfa" de principios de siglo (la del género ínfimo), donde se combinaban ritmos de opereta con aires revisteriles. La obra pertenece a esa serie de sainetes de Arniches y García Álvarez denominada "los frescos". La verdad es que, es menester decirlo, no encontramos al más inspirado maestro Serrano de sus anteriores y posteriores obras en un acto, sino que lo necesario únicamente como para crear una música que entretenga, sin más, a un público ávido de diversión y disfrute.
Tampoco el argumento, intrascendente y disparatado, es cosa del otro jueves: Saboya, un tenorio al que le ha dado calabazas una planchadora está siendo juzgado para ser expulsado del trust al que pertenece, y que para ser readmitido él mismo se autoimpone galantear a la primera mujer que pase en ese momento por la calle, siendo la casualidad que ésta sea Isabel, la mujer de la persona que pretende expulsarlo, el presidente Cabrera, por lo que éste, con la ayuda de un amigo pintor, huirá con su esposa del temido seductor recorriendo tres países.
La obra tiene una clasificación difícil. Por un lado es opereta, porque los protagonistas salen de Madrid y viajan a París, Venecia y La India, hallándose números netamente exóticos como una invocación y danza oriental de doncellas indias; europeos, como un vals vienés o una serenata veneciana; e indígenas, como el repipi coro de cazadoras argentinas muy en la línea melódica de Serrano. Pero igualmente la obra tiene características de revista lírica por determinados números musicales de carácter pícaro, como los cuplés de "Mon Bebé" que canta una cupletista parisina. El único fragmento conocido de la obra, la Jota "Te quiero morena", denota el único elemento hispano en toda la partitura. La mayoría de los números indicados no afectan al desarrollo de la breve trama, ya que pertenecen a la escena donde se celebra un concurso de comparsas durante el carnaval veneciano, siendo dichos números musicales el desfile de cada una de las comparsas, incluida la Jota aragonesa.
La propuesta escénica de Luis Olmos, en esta su ya definitiva despedida del Teatro como director del mismo, ha sabido aprovechar y adaptar inteligentemente los recursos de la técnica escénica en los difíciles tiempos de recortes presupuestarios que vivimos. Mediante proyecciones con ayuda de luminotecnia, un suelo giratorio y un colorista movimiento escénico, Olmos ha conferido acertadamente el verdadero aire viajero que requiere la obra, destacando en cada escena el elemento típico de cada país: proyecciones de la Torre Eiffel en París; canales, góndolas y Plaza de San Marcos en Venecia; y templos y paisajes naturales en La India. Viendo montajes como este podemos declarar orgullosos que nuestra zarzuela puede competir en igualdad de condiciones con los musicales americanos.
Para la segunda obra, El puñao de rosas (libro también de Arniches y Ramón Asensio Mas), un prototipo de zarzuela jonda andaluza donde las haya, se ha optado escénicamente por dos caras de una moneda: el cortijo cordobés donde se desarrolla esa cruda trama de pasión, engaños y honor, y una escarpada montaña, símbolo de la sierra cordobesa, ambos elementos escénicos enmarcados bajo un cielo azul marino.
Como en la primera obra el componente actoral prima más que el vocal, hemos encontrado un adecuado reparto de actores cómicos, destacando los personajes masculinos: Cipriano Lodosa en Cabrera y José Luis Patiño como Saboya; y entre los cantantes al tenor Julio Morales en el pintor Arturo, que como Baturro cantó más que aceptablemente una esperadísima por todos Jota "Te quiero, morena" (este número se encuentra hacia la mitad de la obra, pero la verdad es que el público, como es el único fragmento que conoce de la misma, lo espera con verdadera impaciencia). El Coro del Teatro ha tenido un protagonismo sobresaliente en los números de las comparsas, con presencia de solistas femeninas. Alabarlo especialmente junto al cuerpo de baile en los números bailables, muy presentes en esta obra.
En la segunda obra el auténtico protagonismo actoral ha sido sin duda para Morales, ya que encarnó a un Tarugo (el rudo paleto enamorado de Rosario) sorprendentemente dramático, algo que oscureció en lo vocal su interpretación del dúo que mantiene con Rosario, papel protagonizado por la soprano debutante en el Teatro Carmen Romeu a la que faltó en lo actoral una dosis equivalente de fuerza expresiva a la de Morales. Para concluir el trío protagonista, el siempre solvente barítono Marco Moncloa como el engreído señorito Pepe. Como secundarios Chema de Miguel en el severo Señó Juan; José Luis Patiño como José Antonio, hermano de Tarugo; la soprano Julia Arellano como la gitana Socorro y la versátil soprano Aurora Frías como Carmen, la prima de Rosario. Todos ellos han sabido captar con verdadero realismo el habla andaluza, con sus característicos ceceos y haches aspiradas. Habríamos preferido la dirección musical del maestro Cristóbal Soler, pero vaya, nos tocó la de Carlos Aragón. Nada es perfecto.
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