domingo, 23 de enero de 2011

El 'alter ego' de Albert Boadella


AMADEU de Albert Boadella
Vida y obra del compositor catalán Amadeo Vives
Del 21 de enero al 13 de febrero
Teatros del Canal (Madrid)


Crítica del espectáculo

Hemos asistido a una nueva forma de representar y hacer llegar el género zarzuela. Diferente, pero a nuestro parecer, acertada. La vida de un compositor de zarzuela tan ilustre como el catalán Amadeo Vives a través de su obra. Sirve como pretexto la noticia aparecida en el periódico La Vanguardia en noviembre de 2005 en la que se aseguraba que los restos mortales del músico podrían acabar en una fosa común si no se pagaban los tributos de la sepultura. Este es el punto de partida desde el que Albert Boadella diseña la historia de su musical Amadeu, alguien con quien el propio director de Els Joglars se identifica en lo artístico.


En las butacas de platea pudimos ver a reconocidas personalidades del mundo del periodismo como Hermann Tertsch o Luis María Ansón, y del teatro como Paco Valladares, que acudieron a este esperado estreno.

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Jordi, el joven periodista aficionado al rock duro, comienza dirigiéndose al público cual monólogo explicando su contacto con la figura de Vives (más de una vez lo hará confesando al respetable su paulatino progreso de descubrimiento del personaje de Don Amadeo). Su jefe de redacción (de intuimos todos qué periódico) le encarga un artículo sobre el compositor catalán con motivo de esta noticia, a lo que el joven no sabe cómo reaccionar, ya que desconoce absolutamente la existencia del músico. A partir de la entrega de un CD con piezas del compositor, (y con ayuda de bastante apoyo informático: Google, Wikipedia, etc...) el joven irá descubriendo el apasionante universo biográfico y musical del genial músico de Collbató. Tanto es así que la aparición del propio Vives en escena podríamos concebirla como extraída de la alocada imaginación del joven para poderse inspirar en la redacción de su complejo artículo periodístico, como asegurá él mismo. Cada uno aprenderá del otro, desde sus distintas edades y generaciones históricas, hasta el punto de que Jordi quedará subyugado por el personaje de Vives. Ambos personajes, Vives y Jordi, mantienen durante todo el espectáculo una relación de descubrimiento mutuo, a través del diálogo: la presencia de ambos en escena es continua, siendo espectadores del desfile de personajes que poblaron la Cataluña regionalista o el Madrid castizo que le tocaron vivir al compositor catalán.


En el espectáculo se presentan las tres etapas de la vida de Vives: una primera, con las composiciones que dedicó a su patria Cataluña (canciones en lengua catalana), que sirvieron para exaltar el sentimiento nacionalista; una segunda, donde escribe partituras de género ínfimo (revistas musicales o frívolas competidoras del Género Chico a comienzos del siglo XX), que servían para saciar a las sartas voraces de plebe urbana ávidas de carne de vicetiples femeninas y canciones picantes y obscenas que tocaba al piano el propio Vives en cafés y tugurios (que le obligaban a dejar de tocar sus queridas sonatas de Beethoven); y la tercera, la catapulta del éxito del maestro: sus grandes triunfos líricos en Madrid.


A pesar de prescindir de decorado, la escena nunca se vuelve sosa o monótona (las dos horas que dura el espectáculo pasan como un suspiro) con el colorido juego de luces que el diseñador Rafael Mojas ha realizado en cada escena, y con el espléndido acierto de incluir a la propia orquesta (sinfónica, pero reducida: JORCAM ACADÉMICA) al fondo del escenario, haciéndola copartícipe de las situaciones que se desarrollan dentro de él, así como banda sonora de la vida musical y personal del compositor. Un piano de cola, el que tocará Vives durante todo el espectáculo, preside el primer término, en la mitad izquierda del escenario.

El componente de crítica política y social está muy presente en la función, con las dosis suficientes de ironía mordaz y sátira contemporánea que caracterizan a las producciones de Albert Boadella. Se pone de manifiesto cuando Vives, exaltador en su primera época artística de las pasiones y sentimientos que impregnaron el movimiento regionalista catalán, o Renaisance a finales del XIX, encabezado por el poeta Verdaguer y otros (La balanguera, actual Himno Mallorquín con aparición de su bandera en escena cual cuadro La Libertad guiando el pueblo de Delacroix), triunfa posteriormente en la capital de España con sus grandes obras líricas, lo que le merece el desprecio de sus conciudadanos catalanes: se aleja de las directrices marcadas por la "tribu". A pesar de ello, en el final de la representación, cuando Vives agoniza, desdobla su alma entre sus dos grandes patrias ("la madre, Cataluña"; y "la esposa, España", más concretamente Madrid). Asimismo, hay una sutil mención al Palau de la Música Catalana y su reciente caso de corrupción.


La obra está plagada de alegorías; por ejemplo, las canciones en lengua catalana compuestas durante la juventud del compositor son representadas por personajes simbólicos que pertenecen al universo mental de Vives (y al que asiste como espectador Jordi); asimismo ocurre cuando se representa a unos personajes o colectivos concretos de la época, como los reventadores (descritos como hambrientas alimañas carroñeras en espera de la víctima artística sobre la que se van a avalanzar).

Las anécdotas de la vida de Vives son tratadas con especial amenidad: la pasión frustrada de Vives por las mujeres (debido a su minusvalía física); su molesta vecindad con el músico Manuel de Falla; los ensayos al piano con los cantantes que estrenaban sus propias obras (a los que corrige en todo: canto, posiciones del cuerpo, movimiento de brazos...); la ejecución de sus zarzuelas en el extranjero con escasos instrumentistas, siendo necesario que el propio Vives aportara dinero para aumentar la plantilla orquestal; la escucha del estreno de su Francisquita desde el Teatro Apolo por el auricular de un teléfono por estar en reposo en la cama de su casa convaleciente de una caída, etc. Se han echado de menos, no obstante, las relaciones que el compositor tenía con sus colaboradores, tanto musicales como literarios.

Respecto a las músicas interpretadas (pese a ser un espectáculo con mayor prevalencia del texto), la mayoría son fragmentos o pasajes breves extraídos de sus grandes zarzuelas (Bohemios, Maruxa, La Generala, Doña Francisquita...), de sus revistas ínfimas o de sus canciones catalanas, a excepción (entre otros números) de la romanza Por el humo se sabe donde está el fuego... y el Dúo de Aurora y Fernando, ambas de Doña Francisquita, que se interpretan completos. La músicas se adecúan a las situaciones que se están viviendo en el escenario (y que afectan al propio Vives o también a Jordi), por lo que sus letras están sacadas del contexto original de las obras. En muchas ocasiones las obras son primeramente ejecutadas al piano por el propio Vives para unos compases más tarde ser la orquesta en pleno la que siga con el discurso musical. Por la escena también discurren fragmentos de otros compositores, como Beethoven (gran referencia musical del propio Vives), Chapí (La Revoltosa, obra que ilustra el Madrid del Género Chico que se encontró Vives al emigrar desde Cataluña), etc. Es una lástima que muchos de los fragmentos de las obras que vehiculan el espectáculo no se interpreten completos, sino únicamente extractos de los mismos, pero quizá ello hubiera provocado una excesiva prolongación del espectáculo.


El actor y cantante Toni Comas, como el personaje de Amadeo Vives, no puede hacerlo mejor, su función es de todoterreno: encarna al músico tullido (o "impelido", como asegura el propio Vives que se decía en la época), toca el piano, y además canta. Todo con un acento catalán cerrado inmejorable y una caracterización física de sugerente estética beethoveniana. Muchos de sus movimientos físicos pueden parecer a veces un tanto estrambóticos y excéntricos, pero hay que reconocer que a medida que avanza la función, a su entrañable personaje se le va cogiendo cada vez más cariño, tanto por sus peripecias personales como por su genialidad artística.

Raúl Fernández, como el periodista rockero Jordi, asombró por su capacidad de imbricación con su antagonista. Con su típica jerga juvenil y su actitud pasota, fue adoptando un proceso de transformación respecto al protagonista de su artículo: desde la más completa ignorancia hacia él hasta la más sincera admiración (hasta el punto de compararle con uno de sus ídolos de música rockera), así como mostrar indignación respecto al desprecio de la patria catalana a su paisano (incluido su propio jefe).

Por su parte, éste, el actor Chema Ruiz, fue creíble en su caracterización del malhumorado jefe de redacción del periódico (digamóslo ya, La Vanguardia), menospreciador de lo que llamaba "españolicismo casposo", que él veía representar en Vives; además encarna a otros personajes secundarios que forman parte del desfile de tipos de la época (algo que podemos seguir achacando a la imaginación de su subordinado Jordi).


Las voces solistas estuvieron en general equilibradas, destacando por encima de todas las cantantes femeninas a la mezzosoprano Lola Casariego (soberbia en el expresivo dúo de Aurora la Beltrana y Fernando de la Francisquita) y en los masculinos a los tenores Israel Lozano (que cantó entre otras la romanza "Por el humo se sabe") y Francisco Corujo, recreando a los diversos personajes de las obras de Vives. Solvente, como casi siempre, la dirección orquestal del maestro Miguel Roa (que participó activamente en un momento de la función: en un gag preparado, mientras dirigía el Intermedio de Bohemios, se quejó por el sonido de un móvil con la melodía de "La canción del Arlequín" de La Generala, que le estaba sonando a ¡Jordi!). Asimismo, durante la interpretación del citado Intermedio, algunos instrumentistas salieron de escena para luego incorporarse a los atriles con sus instrumentos según avanzaba la pieza, como en la Sinfonía de los Adioses de Haydn, pero al revés. El coro de la JORCAM realizó una encomiable labor tanto en lo vocal como en el ágil ritmo escénico al que está obligado, en sus continuas entradas y salidas de escena, apoyadas sobre una variopinta coreografía de Ramón Oller.

Una de las pocas pegas que encuentro al montaje es la siguiente: Vives era un fumador empedernido, y durante casi toda la función no para de fumarse puros, a lo que se suma los cigarros que a su vez enciende el joven Jordi, por lo que la platea del teatro se ve rodeada de un fuerte olor a humo (lo habéis adivinado: no fumo). Parece que Boadella ha querido con este fiel reflejo del vicio de Vives (muy acertado, por cierto) lanzar una crítica subrepticia a la Ley Antitabaco.

Albert Boadella ha encontrado su perfecto alter ego en la figura de Amadeo Vives; Amadeu es la muestra inequívoca de que ha creado un nuevo hito en su galería de personajes teatrales. Demósle las gracias por haber escogido a un grandísimo compositor de zarzuela. Catalán, pero ante todo, español.



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