jueves, 5 de junio de 2014

Melodrama con aire marcial

4/6/2014. Teatro de la Zarzuela (Madrid). Trilogía de los Fundadores. Catalina (Gaztambide). Zarzuela semiescenificada. Dramaturgia escénica: Álvaro del Amo. Dirección musical: José María Moreno. Pepe Corzo (vestuario), Nicolás Fischtel (iluminación). Reparto: Vanessa Goikoetxea (Catalina), Marta Mathéu (Berta), Gustavo Peña (Pedro), Javier Franco (Kalmuff), Francisco Crespo (Iván), Eduardo Aladrén (Miguel), Antonio González, David Barrera, David Villegas, Jorge Martín (centinelas). Actores: Nieve de Medina (Catalina), Karmele Aramburu (Berta). Orquesta de la Comunidad de Madrid, Coro del Teatro de la Zarzuela.


El Teatro de la Zarzuela, en su afán de descubrir obras inéditas de nuestro patrimonio lírico, despide temporada con lo que ha dado en denominar Trilogía de los Fundadores, un novedoso espectáculo en el cual se ofrecen en diferentes días tres zarzuelas inéditas pertenecientes a tres de los Padres Fundadores de la zarzuela moderna y creadores a su vez, entre otros, de la Sociedad Artístico Musical: Joaquín Gaztambide, Pascual Emilio Arrieta y Francisco Asenjo Barbieri. Por todos es conocido que la participación de estas tres importantes figuras de la música española fue decisiva para la institución de un teatro lírico nacional y la consolidación de ese ambicioso proyecto en un teatro físico destinado para representar el género zarzuela, como llegó precisamente a ser el propio coliseo de la calle de Jovellanos que ahora brinda este singular y atractivo homenaje a sus fundadores.


Teóricamente, esta tríada de zarzuelas a descubrir casi completamente por la mayoría del público aficionado (Catalina de Usandizaga, El dominó azul de Arrieta y El diablo en el poder de Barbieri) se presentan con el revestimiento habitual de versión de concierto, pero en la práctica, el teatro ha optado por una versión semiescenificada de cada uno de los títulos, siendo los números musicales apoyados escénicamente por la narración de la trama a cargo de actores. Una idea, la de incluir ex profeso una dramaturgia escénica a cargo de Álvaro del Amo, que se estima novedosa y muy acertada a la hora de ayudar al espectador a seguir el argumento de unas obras de las que prácticamente no tenía conocimiento hasta ese momento.

 

La zarzuela que ha inaugurado esta trilogía, Catalina de Gaztambide, supone un auténtico descubrimiento y una partitura a comparar con la obra maestra de su autor, El juramento, ofrecida la temporada pasada en este mismo teatro. Lo cierto es que la temática y ambiente militar de Catalina, estrenada en el Teatro del Circo de Madrid el 23 de octubre de 1854, supone un soplo de aire fresco a un libreto de Luis de Olona totalmente convencional, basado en la ópera cómica L’Étoile du Nord de Meyerbeer y Scribe; es conocida la práctica habitual de los autores españoles de mediados del XIX en traducir o adaptar al castellano libretos completos de obras líricas francesas que habían sido exitosas en su momento. No olvidemos, tal y como señalan las notas al programa de esta trilogía, que la propia temática militar estaba en boga desde el estreno de la ópera francesa La fille du régiment (1840) de Donizetti.

El gusto que se tenía por los argumentos históricos aquí se vuelve a poner de manifiesto (en este caso Finlandia, en el siglo XVIII), y el mero hecho del ocultamiento de las identidades de los dos protagonistas de la obra, el zar Pedro I en carpintero y su esposa, la futura zarina Catalina, en soldado disfrazado, supone un ingrediente más para crear el acostumbrado enredo argumental que buscaba el divertimento del público de la época, algo que ha sabido llevarse de manera especial con un animado ritmo teatral en esta casi completa puesta en escena que ha redescubierto la zarzuela de Gaztambide al espectador de hoy.

A modo de paralelismo con otros títulos, hay que señalar que en septiembre de ese mismo 1854 el propio Barbieri había conferido gallardía varonil a otra Catalina (en este caso, la mismísima reina de Portugal de incógnito) de Los diamantes de la corona; y en otro orden de cosas, el hecho de que muchas obras líricas tendrían en las décadas venideras como auténticos protagonistas a personajes masculinos interpretados por tiples travestidas: La tempestad y El tambor de granaderos de Chapí o La viejecita de Fernández Caballero, por citar algunos famosos ejemplos.


Aunque salvando las distancias con su magnífico Juramento, la música que el compositor navarro destinó para Catalina es sumamente refinada, elegante y sobre todo muy fresca. Quizá es demasiado aventurado calificarla de muy inspirada, pero el caso es que deleita y agrada. El compositor navarro sigue el modelo establecido por Barbieri en su obra que marca el nacimiento de la zarzuela moderna en tres actos, Jugar con fuego de 1851, y, lógicamente, está revestida de una innegable estética belcantista, sobre todo en las líneas melódicas de las sopranos, Catalina y Berta, y en los generosos concertantes. La influencia italiana en la música todavía era un estadio estilístico difícil de superar hasta que el propio Barbieri lo conseguiría de pleno en 1874 con el estreno de su Barberillo.

Aunque se manifiesta la talla de un compositor de oficio en su gran facilidad para crear bellas y refinadas melodías de corte belcantista destinadas a los personajes de Catalina, Berta o Pedro, es quizá en los ritmos militares y marciales que impregnan por doquier la partitura de Catalina, donde se halla lo más atractivo y jugoso de esta obra. Números como el terceto de Kalmuff, Catalina y Berta “¡Hurra, cosaco!”, los coros de cosacos o la canción y marcha de los reclutas, dotan de un halo de viveza y virilidad a una obra de temática no exclusivamente sentimental y amorosa. La importante presencia coral en la obra nos presenta el mundo castrense unido a los personajes del cosaco Kalmuff y el traidor coronel de Pedro, Iván; y el mundo aldeano se refleja en Catalina (bellísimo pregón “¡Comprad, comprad!”), Berta y el coro de cantineras. No falta un toque religioso con el delicado “coro de educandas”, y el elemento cómico, tan sustancial a nuestra lírica, se trasluce en la pizpireta pareja de Miguel y Berta, que en un gracioso dúo se burlan de las brutalidades de la guerra ("Pasó la noche"). Hasta hallamos un feliz e inspirado brindis (“¡Mirad, cómo chispea!”), entonado por un ebrio Pedro a punto de ser asesinado por el traidor Iván si no fuera por la providencial actuación del “soldado” Catalina, algo que acerca esta obra en cierto sentido al amor conyugal del Fidelio beethoveniano.

Para esta primera zarzuela del ciclo de los fundadores se contó con la narración del argumento de la obra entre los números musicales a cargo de Nieve de Medina como Catalina y Karmele Aramburu como Berta, ataviadas ambas elegantemente con el vestuario de Pepe Corzo, que destina para gran parte de los cantantes atavíos multicolores que bien podrían ser extraídos de cualquier cuento de hadas. La narración de ambas actrices preparada por Álvaro del Amo a la manera de intercambio epistolar entre las cuñadas, sobre los hechos pasados de los que han sido protagonistas ambas y que se van presenciando simultáneamente o a continuación por los cantantes en la escena, mantuvo adecuados niveles de emoción, interés y expectación, aunque ciertos detalles del libreto resultaron omitidos y otros se tenían que ir deduciendo sobre la marcha del movimiento escénico.

 

A nivel vocal, se ha contado con un joven y sólido equipo que ha hecho las auténticas delicias del público, tanto a nivel escénico como musical. Si entusiasmaron la desenvoltura en escena y la armoniosidad de las voces de la soprano Marta Mathéu (hermosísimos filados los suyos) como Berta y del tenor Eduardo Aladrén como su esposo Miguel, sedujeron más que ampliamente las del tenor Gustavo Peña en Pedro, con su acostumbrada belleza de timbre varonil y su cuidado fraseo (genial en el animado brindis) y la soprano Vanessa Goikoetxea, la más ovacionada de la noche, una Catalina de rompe y rasga en escena capaz de dar vida a un soldado con mucha hombría, y exhibiendo una recia y espectacular emisión durante toda la función que la hacía alcanzar los límites de su tesitura con una limpieza y facilidad asombrosas. Por su parte, muy correctos y con temple los barítonos Javier Franco como el cosaco Kalmuff y Francisco Crespo como el pérfido Iván. A todos ellos se sumó un eficacísimo coro titular del Teatro, situado al fondo del escenario, con una perfecta sincronía vocal, cuya sección masculina lució especialmente al poseer más parte en la partitura. Y por encima de todo este espectáculo ha tenido (y deseamos que siga teniendo en los dos títulos restantes) un principal valedor a nivel musical, como es el maestro José María Moreno, cuya soberbia batuta se mantuvo pulcra y bien definida desde el foso, sin obstruir en ningún momento con grandilocuencias orquestales el trabajo de los solistas, y concertando entre ellos de manera espléndida, a pesar de la omnipresencia vocal de Vanessa Goikoetxea.



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