martes, 2 de enero de 2018

Muti en Viena, la seriedad de lo bailable

El afamado maestro napolitano Riccardo Muti ha asimilado con la experiencia acumulada que interpretar la música bailable de la familia Strauss es algo muy serio. Con 76 años a sus espaldas, ha interiorizado la verdadera esencia del vals vienés, en su mixtura de música popular y culta. Y así lo ha demostrado en la quinta ocasión que ha acudido a dirigir en la tradicional cita de año nuevo en la Sala Dorada de la Musikverein de Viena, de la que él ha asegurado que va a ser la última. Ni una sola broma y sin salirse del guión durante todo el transcurso del concierto, ha brindado un concierto convencional desde el punto de vista ceremonial, con gesto y expresión sobria, cuando no adusta. No obstante, a pesar de poder resultar en una primera impresión un Concierto de Año Nuevo frío e inexpresivo, con esa extrema austeridad, y respaldado por la veteranía que le ha llevado a trabajar en centenares de ocasiones con la Filarmónica de Viena, el director napolitano ha conseguido extraer de la orquesta la musicalidad y el genuino y exclusivo sonido que la convierten en la mejor del mundo. Por tanto, suma pulcritud, elevado refinamiento, fina distinción y perfección técnica han definido musicalmente al concierto de este 2018.

El mismo comenzó con una ampulosa Marcha de entrada de la opereta El barón gitano de Johann hijo, ralentizada en tempo más de lo habitual, alejándose un tanto del tono militar original. Siguió el bellísimo vals Frescos vieneses de Josef (de una soberbia introducción, con la destacada participación del chelo solista), donde empezó a traslucir la elegancia de la línea melódica y el justo y preciso rubateo. Hubo humor muy sutil, sin excesos, en la polca francesa Buscando novia de Johann, que contiene melodías de la mencionada El barón gitano, donde Muti resaltó el guiño onomatopéyico que caracteriza al personaje del criador de cerdos de esta opereta. La flexibilidad y el vitalismo vinieron a continuación con la polca rápida Sangre ligera de Johann, para concluir la segunda parte con dos obras de Johann padre: los interesantes Valses de María y la polca rápida sobre el galop de la ópera Guillermo Tell de Rossini, que se limita a parafrasear con ritmo más enérgico y danzarín la celebérrima obertura rossiniana.

En el intermedio, la cadena de televisión ORF brindó al espectador un preciosista documental ("Modernismo en Viena") que rendía tributo a la arquitectura modernista de Otto Wagner y a otros artistas de su generación, como los pintores Gustav Klimt, Egon Schiele y Koloman Moser, de los que se cumple, en este 2018, el centenario de su muerte, y que muestran el espléndido y profuso cultivo artístico en las postrimerías del imperio austríaco y en el final de la Primera Guerra Mundial. Una muchacha recorre en bicicleta los principales enclaves culturales austríacos, y se para a contemplar las actuaciones musicales interpretadas por miembros de la Filarmónica vienesa mientras diseña bocetos de los edificios en su cuaderno de dibujo.

La segunda parte se abrió con una magnífica interpretación de la obertura de esencias italianas y vienesas Bocaccio de Franz-von Suppé, donde Muti exhibió el hombre de teatro que lleva consigo. El vals Flores de Mirto de Johann hijo volvió a traslucir la esencia genuina del vals, con una brillante claridad expositiva en la línea y el ritmo, rubateado y paladeado en su justa medida. El ballet tuvo su primer momento de exhibición, con evoluciones coreográficas del italiano Davide Bombana, en la desconocida Gavota de Estefanía de Alfons Czibulka, en donde se pudo apreciar la elegante belleza del vestuario del diseñador catalán Jordi Roig, la tercera colaboración ya del leridano con el Concierto de Año Nuevo. A partir de ahí todo fueron obras del rey del vals. Tras el momento de contraste que proporcionó la polca rápida Balas mágicas, y donde Muti volvió a conseguir mucho con escasos gestos y economía de medios, el napolitano continuó asombrando con una versión majestuosa del vals Cuentos de los bosques de Viena (sin reexponer los primeros temas del tempo di vals) con la participación de una cítara solista, que confirió autenticidad y esencia rural a la siempre preciosa obra, máxime cuando se interpreta de forma tan elegante y distinguida y en la que el ritmo de vals transpira por todos los poros de la orquesta.

Tras dos piezas breves como la Marcha festiva y la refinada polka mazurka Ciudad y campo, llegó la cuadrilla sobre algunos de los principales temas melódicos de la ópera Un ballo in maschera de Verdi, donde la esencia del melodrama italiano sonaba cogido de la mano del ritmo bailable. Una feliz conjunción entre Italia y Austria que sirvió de prólogo para el vals Rosas del sur, que no resultó tan pulcro y delicado en la línea como otros valses precedentes, y que se vio relegado en imágenes por la segunda intervención de las parejas de ballet, con diez solistas del Ballet de la Ópera de Viena en el Castillo Eckartsau, bastión del último emperador de Austria, y con lo que el concierto conmemoraba el centenario de la disolución del Imperio Austrohúngaro. Tras dos vibrantes polcas, Enviado de Josef y Truenos y relámpagos de Johann (fuera de programa esta última), llegó una convencional felicitación de año nuevo del maestro, para acto seguido, obsequiar con una muy paladeada versión de El bello Danubio Azul, en el que casi se palpaba el fluir del río, y una Marcha Radetzky cuya dirección de las palmas al público, por su mera seriedad y autoridad, no provocó lamentablemente el efecto y la pompa festiva que en previos Conciertos de Año Nuevo. Y es que, para Muti, la seriedad de lo bailable, es ya una máxima. Para bien y para mal.

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